¿Cómo tocar el corazón de Dios?

¿Sabes cuál es el querer de Dios?: Que todos los hombres y mujeres se salven. Él nos da todo: la vida, el amor, la esperanza, la salud, la alegría y las ganas de vivir y de anunciar su amor. Pero si Dios nos da todo, ¿cómo es que a veces le pagamos tan mal o tan poco? Si hay desgracias, le echamos la culpa a Dios; si hay enfermedad, lo mismo; si hay crisis económica, la culpa la tiene Dios; si alguien falla, también le echamos la culpa a Dios.

A veces se puede pensar que Dios no nos escucha, que él no tiene interés por lo que hacemos y decimos, por cómo vivimos cada día, por la enfermedad que nos pueda pasar o la dificultad que nos cuesta superar.

En este sentido el autor del libro del Eclesiástico nos dice que Dios: “no desoye los gritos del huérfano, ni las quejas insistentes de la viuda…SU GRITO LLEGA HASTA EL CIELO” (Eclo.35,12-14.16-18). ¿Sabes que a Dios sí la preocupa que te estén tratando mal?, ¿sabes que a Dios sí le preocupa que no te estén entendiendo y aceptando en tu entorno familiar, parroquial, de estudio, laboral, o vecinal? Un ruego es escuchado por Dios, una lágrima es recibido por los ángeles y llevados al mismo Dios.

La soberbia, el orgullo, el afán de figuración son obstáculos que nos impiden estar cerca a Dios. A veces el orgulloso no quiere ver más que “su propio beneficio”. La escena del evangelio es realmente impactante. El cuadro ya lo sabemos: el fariseo y el publicano (Lc.18,9-14). Dos actitudes distintas y una sola intención (hablar con Dios y tratar de tocar su corazón).

Miremos la actitud y la oración del Fariseo: “erguido oraba así en su interior: Oh Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás…ni como ese publicano”. Soberbia, orgullo, el señalar a los demás, testarudez, buscar el aplauso, sobresalir para que los demás le admiren y le digan amén a todo lo que hace y dice…son algunas de las actitudes de este fariseo. ¿Nos podemos asemejar a esta vida farisaica? El fariseo buscaba justificarse cumpliendo con la ley, pero sin importarle nada ni nadie. Intentaba “tocar” el corazón de Dios, pero “a su modo”, claro no pudo, su soberbia le apartó del amor, del perdón, de la fraternidad, de la luz, de Dios mismo, etc. Hay quienes puedan tenerse por justos por hacer tal o cual cosa, y que esto lo quieren hacer saber a todo el mundo, y si es para que me aplaudan mejor. ¿Vivo de esa forma mi fe?, ¿esa es también mi oración?, ¿la del fariseo?

Miremos la actitud y la oración del Publicano: “…se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sólo se golpeaba el pecho diciendo. Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador”. Sólo reconoció que pecó, que lo único que quiere, más que una mirada suya, que le abrace con amor misericordioso. Sólo pidió que Dios se apiade de él. Entonces sí pudo tocar su corazón porque no se guardó nada para sí. ¿Nos podemos asemejar a esta vida del publicano?, ¿podemos de verdad tocar el corazón de Dios?

Hay como dos actitudes que saltan a la vista en este evangelio: la soberbia (simbolizado en la actitud orante del fariseo) y la humildad (simbolizado en la actitud orante del publicano). ¿Acudo de verdad a Dios para hacerle saber que hago tal o cual cosa y que necesito un favor suyo?, o ¿sólo quiero su amor reconociendo que no puedo nada sin Él? El catecismo es sabio cuando habla de que la “humildad es la base de toda oración” (nº 2559). No podemos nada sin Dios (cf.Jn.15,5; Filp.1,21; Salmo 23,1-4).

Puedo “tocar el corazón de Dios” desde una actitud humilde: que tiene siempre la certeza de que Dios nunca desatiende un ruego, por más sencillo que este sea. Por eso habrá que recordar con el salmista hoy que. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha” (Salmo 33).

Con mi bendición.

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