Julio César Villalobos Laos

 

Hubo una vez un joven que estaba sin rumbo fijo, hacía las cosas que todo joven hace: reírse, gustar de la vida, en algún momento parrandear, divertirse como otros jóvenes de su época. Iba a la escuela como otros compañeros o amigos suyos. Sus padres le dejaron hace muchos años, desde entonces vive con sus abuelos lejos de la ciudad. De pronto hubo un día que tuvo un accidente tan grande que quedó paralizado medio cuerpo, no podía mover casi nada, se quedó inconsciente por unos instantes. Sus amigos de alrededor pensaban que se moría. En medio de esa desesperanza decidieron encomendarse a Dios y llamar a un sacerdote para que le de los santos óleos. Qué hermoso fue ese día, porque: todo su grupo de amigos decidieron rezar por él, a pesar de que nunca lo habían hecho, entre lágrimas, miedos e incertidumbres, ellos no perdían la esperanza. Llegó el momento, después de que se le dio los 1ros auxilios, de llevarlo al hospital más cercano. El sacerdote iba camino hacia ese hospital, la expectativa era grande: “¿cómo se sentirá?”, pensaron algunos; “¿qué será de nuestra vida si le pasa algo?”, “ya no tendremos alegría si se nos muere”…entre otras frases. Cuando llegó el sacerdote, hizo lo que tenía que hacer: darle a Jesucristo. Le habló, unos segundos de Él. Él aceptó a Jesucristo en su vida, recibió el sacramento de la Unción de los enfermos, y luego Dios se glorificó él, ¿sabes por qué? Porque lo levantó y le concedió la salud física, la salud espiritual, y le puso una misión: hablarles de Dios a su familia de sangre (para traerlos a su parroquia, como él decía) y hablarles a sus amigos cercanos de Dios para que también se conviertan.

La historia, que puede ser de la vida real, nos ilumina para tomar en serio la llamada que Dios nos hace de escuchar lo que pasa en el mundo, sobre todo lo que pasa tanta gente que sufre, y portarnos bien con todos: “no oprimirás, ni maltratarás…si los explotas y ellos gritan a mí, yo lo escucharé…” (así dice la 1ra lectura: Ex.22,20-26). En este día del DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones), deberíamos todos comprometernos para que tengamos siempre un encuentro con Jesús y poder darlo a conocer. Tiene razón SS. Juan Pablo II cuando dice: “Que todos los cristianos debemos tener un encuentro con Jesús”. ¿Seré compasivo como Dios lo es?, ¿podré como misionero-a escuchar a tantos y tantos que viven al margen de Dios o que viven oprimidos?…

Qué hermoso gesto el de San Pablo, de ponerse como ejemplo de vida: “Bien saben cómo hemos actuado entre ustedes buscando su propio bien. Y ustedes por su parte siguieron nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra…” (1Tes.1,5c-10). Siempre necesitamos de modelos para que la fe sea creíble. Gran tarea tenemos todos(as) que queremos hablar de Dios a los demás.

Jesús le da, al experto en la ley una lección, ante la pregunta de cuál es el mandamiento más importante: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…El segundo es…Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt.22, 34-40). Dos amores, en uno solo. San Vicente de Paúl le quedó muy gravado este evangelio por eso es que dijo a sus misioneros: “No me basta amar a Dios, si mi prójimo no le ama”. ¿Podemos amar a Dios si no estamos bien con el prójimo?, ¿podemos estar bien con todo el mundo y estar vacíos de Dios?, ¿qué nos está pasando?…

Que Dios nos conceda la gracia de vivir como él nos pida. Aquel joven de esa historia, tomó en serio su vida: se acercó a Dios e hizo lo posible para amarle en su familia y en sus amigos.

Dios nos ama, y espera mucho de nosotros, no le fallemos.

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