Queridos amigos

La expresión Reino de Dios o de los cielos aparece cincuenta veces en los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. Especialmente en las llamadas Parábolas del Reino. Juan sustituye esa expresión por la de vida eterna. El evangelio de hoy (Mc 1, 14-20) nos habla de “Jesús y el Reino de Dios”, de lo que en términos reales significó para Él y de cómo lo fue estableciendo. Es la otra cara del Reino de Dios, cuya implantación en este mundo supone esfuerzo, sudor y estrategia.

Es como Marcos presenta a Jesús iniciando su Vida Pública o Ministerial (de Rabbí, Profeta y Mesías). Decía: “Se ha cumplido el plazo; el Reino de Dios está a la vista; conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1,15). Analizar cada frase y el conjunto llenaría un libro, digamos solamente que, fiel a su Palabra, Dios Trinidad ha cumplido su promesa (Gen 3,15): el Reino de Dios es ya una realidad, aunque todavía no plena, y sus ciudadanos son los que, cambiando su manera de vivir, acogen la Buena Nueva de Jesús, su persona y su enseñanza. Ciertamente cada frase es importantísima, pero, no pueden hacernos perder de vista el bosque, es decir, el Reino de Dios: ese Proyecto renovado de Dios para el mundo, que ha traído Jesús y que es el objetivo principal y transversal de su vida y de su evangelio. Aquello por lo que y para lo que el Hijo de Dios se hizo hombre.

Debió ser impresionante ver a Jesús desplazándose rápido y sudoroso y proclamando a voz en grito el Reino de Dios, al mismo tiempo que acompañaba las palabras con hechos milagrosos: ciegos que ven, leprosos que son curados, etc. Unos días antes, estando con Juan el Bautista, había conversado con algunos de sus discípulos (Jn 1, 35-42). y le habían asegurado que estaban listos para dejarlo todo y seguirle. Podía encontrarlos a las orillas del Mar de Galilea, pues eran pescadores. Y allí los encontró Jesús: eran los hermanos Andrés y Simón Pedro, Juan y su hermano Santiago. Vengan conmigo, les dijo, y ellos, dejándolo todo, le siguieron, para ser “pescadores de hombres”, en expresión del mismo Jesús.

Su llamado a los apóstoles (y en ellos a nosotros) para construir el Reino de Dios, es de la máxima importancia. Los y nos llama no tanto porque su construcción desborde la capacidad de Jesús, sino porque el Reino es de todos y a todos nos toca construirlo. Cada uno según los talentos que Dios le dio y en la tarea que se le confió (como seglar o consagrado o sacerdote). Como los apóstoles, ¿respondemos con rapidez, generosidad y eficiencia? Es hora de preguntarnos qué estamos haciendo por el Reino de Dios.

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