BUSCANDO VERDADEROS ADORADORES

¿Eres un verdadero adorador del Dios de Jesucristo? ¿Cómo poder serlo de verdad? Muchas veces los criterios que aplicamos a quien creemos que es un auténtico creyente varían, desde quienes vemos que asiduamente acuden a la misa, pasando por los que van diariamente a la Capilla del Santísimo, o quienes se hallan comprometidos en la labor pastoral parroquial. ¿Es suficiente ser un “cumplidor de lo mandado por la Iglesia”? ¿Qué significa verdaderamente ser un adorador de Dios? Aquella mujer samaritana que nos presenta el evangelio de Juan se halla inquieta ante la presencia de aquel judío, Jesús, cuyas palabras la confrontan acerca de su manera de entender la adoración a Dios. Su sed de búsqueda no le permite entender cuál es el agua que le trae Jesús, solo cuando le empieza a revelar su propia historia se da cuenta con quién está. Sin duda, aquella mujer personifica al pueblo samaritano, apartado de la herencia del pueblo elegido (después de la invasión asiria – 722 a.C. -, sufrió el exilio e hicieron llegar a su región cinco pueblos paganos originándose así el pueblo samaritano, de la mezcla de aquellos cinco pueblos), pero a quien se le invita acoger al Dios de Jesucristo. La mujer samaritana encontró la fuente de agua viva, ya no importará de sobremanera el lugar donde se adora, ni tampoco si perteneces a un “pueblo elegido”, solo basta con saciarte del agua de vida que es Jesús. Por eso, la principal confesión de fe de este pasaje es justamente el reconocimiento de que Jesús es el Salvador “del mundo”. Se ha desafiado así los límites de un exclusivismo particular y se ha fortalecido la realidad de la salvación universal. Por tanto, no es un tema de aparentar ser religioso, es demostrar que creemos en un Dios que ofrece su salvación a todos. Allí tienen el ejemplo del mismo Israel, que vio los signos portentosos en Egipto, que contempló la liberación del faraón, que se salvó de las aguas caudalosas del Mar Rojo por la acción poderosa del Señor; terminó por sucumbir ante la tentación de la desconfianza. ¿Acaso el Dios que los liberó los habría dejado morir de sed por el camino del desierto luego de todo lo obrado en favor de él? Y como Israel, tantas murmuraciones se han levantado desde la tierra contra Dios, y tantas otras veces, Dios ha bajado para hacer brotar de la roca agua; hacer de lo imposible una oportunidad, una esperanza. Por eso el salmista recuerda en este Salmo 94 aquella mala experiencia para convertirla en una alabanza al Dios que nunca abandona y ante quien debemos postrarnos por ser ovejas de su rebaño, siempre protegidas y atendidas. Pablo confiesa la acción justificadora del Dios de Jesucristo. Él ha enviado al mundo a su Hijo para ofrecer el rescate por quien se piensa que no valía nada, el hombre pecador. Pablo argumenta a favor de la misericordia de Dios: pudiera haber alguien que ofrecería su vida por alguien justo, ¿pero por un malvado, por un pecador? Pues Dios no puede contradecirse. Esto es lo que realmente conmueve el corazón del soberbio quien termina doblegándose ante el amor de Dios. Quien ha recibido el Espíritu, así peque, así murmure, así se queje, tendrá siempre la oportunidad de recapacitar, porque la esperanza en Dios no defrauda. Este es el verdadero adorador, este es que adora a Dios en espíritu y en verdad. Si esto te lleva a vivir la eucaristía, a orar a Dios insistentemente, a hacer todo lo bueno que puedas, te habrás convertido en uno de los auténticos adoradores. ¡Vamos, ponte en camino, es tiempo de entrar en la presencia de Dios!

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