El evangelio del día de hoy, la parábola del joven rico, es un canto al esfuerzo que debemos hacer por alcanzar la sensatez humana y el orden jerárquico que debemos dar a nuestras prioridades y aspiraciones en la vida. “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mc. 10, 17) es una pregunta que surge desde la profundidad y sinceridad de una persona que quiere vivir comprometido con su propia fe y responder con generosidad a la llamada de Dios. Se da cuenta que no puede solamente “cumplir” con lo establecido desde la costumbre y la rutina sino asumir una exigencia desde la radicalidad a Dios en el servicio a los hombres. El pasaje de Jesús con el hombre rico nos enseña que no basta guiarse por lo establecido para ser discípulo de Cristo. Hay que seguirle. Jesús intenta aplicarle el principio general de la renuncia, en este caso “vende lo que tienes y da el dinero a los pobres” (Mt. 10, 20). Sólo desde la superación de los apegos, desde la capacidad de renuncia a todo aquello que nos impida el encuentro con Jesús seremos capaces de vivir la frescura del Espíritu que nos lleva a una mayor identificación con la verdad evangélica.

¿Cuáles son “las riquezas” que me obstaculizan esa mayor adhesión al Señor?. ¿De qué debo desligarme para sentirme más libre en la respuesta a Dios? Estas son algunas preguntas que nos debemos hacer a la luz de este pasaje evangélico. El mundo secularizante de hoy nos tienta fácilmente hacia el consumo, la vida fácil, la consecución del tener sin importar los medios… y, sin embargo, un cristiano con criterio deberá mirar el rostro y la cruz del Señor para ofrecerse con disponibilidad hacia su estilo de vida.

La experiencia del joven rico nos llama a la conversión. Convertirse, en clave evangélica desde el episodio de hoy, es priorizar la llamada del Señor a cualquier gusto personal que obstaculice la libertad y la opción por el Reino. Quien quiere tener de todo y disfrutar de todo corre el riesgo de perderse lo mejor: el amor de Cristo que toma la iniciativa al invitarnos a seguirle y que desde nuestra responsabilidad y exigencia personal debemos acercarnos a Él para hacer de nuestra vida un encuentro gozoso que contraponga nuestras ansias materiales con nuestra vivencia espiritual que emerge de la fe.

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