DIOS NO ABANDONA A NADIE

 

Los relatos míticos del Génesis nos acercan a una reflexión profunda sobre la realidad humana, en su relación consigo misma, con Dios y con la creación. El autor (o autores) de estos relatos nunca pretendieron contarnos a modo de reportaje qué sucedió al origen de la existencia, sino más bien, con el ropaje de una construcción literaria propia de una “historia de los orígenes”, ofrecer una reflexión de sentido a la pregunta fundamental de la existencia presente del ser humano, la cual es ineludiblemente respondida desde la fe, no desde otro tipo de acercamientos, como lo puede ser el antropológico o el biológico, de los cuales no se ocupa la Sagrada Escritura.

Este pequeño fragmento que escucharemos nos dispone a comprender que el ser humano vive en relación a “otro” (alteridad), pero quiere resaltar por, sobre todo, que el ser humano no puede alcanzar la plenitud de su realización sin la complementariedad del varón y la mujer. También, el ser humano necesita relacionarse con los animales, pero tal relación no llega a ser complementaria, sino, desde la perspectiva semita, aquellos están sujetos al ser humano (de allí el que les imponga un nombre). La satisfacción plena llega con la presentación de la mujer, salida de su propio interior, a modo de par, de su misma naturaleza (“carne de mi carne, hueso de mis huesos”), preparada por el mismo Dios. Por tanto, no existe relación de superioridad-inferioridad entre el varón y la mujer sino complementariedad-realización. La última sentencia (sin duda, un añadido explicativo al tema del matrimonio en el mundo judío), no hace sino confirmar la importancia del matrimonio para el judaísmo en donde la figura del varón (patriarcado), como parte del entorno socio-cultural era la que primaba como responsable de la familia, aunque la vinculación que la unía a su esposa lo convertía en “uno solo” ante Dios.

El autor de la carta a los hebreos, confirma la humanidad de Jesús como vehículo de redención necesario para todos los hombres, apelando a una relectura del Salmo 8. Ya se anticipa que, esta mediación salvífica se dio por medio del sufrimiento (ofrenda de la cruz) de quien había sido elegido para esta obra de santificación. Jesús no es un ángel, ha asumido la naturaleza humana y ha sido constituido por el Padre como Señor de la historia, por lo cual se ha hecho hermano de los hombres para llevar adelante el único y supremo sacrificio expiatorio, por el cual puede llevar consigo a los suyos a la morada celestial. Una sorprendente disertación sobre el Misterio de la Encarnación.

El evangelio que escucharemos ha sido insertado dentro de la llamada sección del camino y une dos temas: el matrimonio y el caso de separación, y luego la bendición de los niños.

Con respecto a la primera parte, de seguro, también la comunidad cristiana primitiva necesitaba reflexionar sobre la unión matrimonial puesto que estaba latente la concepción judía del mismo, pero ya empiezan a participar en la comunidad en mayor número los paganos, con lo cual debía regularse esta institución desde la posible interpretación que pudiera haber dado Jesús. Pero, otro elemento necesario para hablar sobre esto, es que en la comunidad cristiana las mujeres participaban en igualdad de condiciones con los varones, e incluso también los niños era contados como miembros de la comunidad (esto se diferenciaba notablemente con la nula participación de la mujer en asambleas tanto en el judaísmo como en el mundo grecorromano). Lo cierto es que, este pasaje tiene dos puntos importantes de reflexión: en primer lugar, la constatación del mandato divino a partir de la unión natural del varón y la mujer, que están

llamados a vivir una comunión plena que haga pervivir la humanidad, manteniendo la responsabilidad primera del varón sobre la familia, pero sin menoscabar la complementariedad de ambos. Visto desde este mandato, y con la conciencia cierta de obrar según Dios, no hay motivo a dudar de la realidad del matrimonio. Ahora bien, el tema del divorcio (propuesta farisea), surge como una medida no de carácter divino, sino por una prescripción legal ante una situación humana, que claramente es cuestionada por Jesús como tal, porque se supone que nadie se casa pensando en separarse, sino en cumplir el mandato de Dios. En segundo lugar, al respecto de la intervención final de Jesús con sus discípulos, sorprende que Jesús sea muy estricto en el caso del pecado del adulterio no solo con la mujer, sino con el varón, pues se sabía muy bien que la cuestión legal siempre estaba a favor del esposo en caso de adulterio flagrante. ¿Y cuando el esposo era el que cometía el adulterio? Jesús busca validar la misma exigencia para el varón como lo era para la mujer en cuanto a la fidelidad hacia su cónyuge. Tendríamos que reconocer que, para la comunidad cristiana, Jesús, en este tema, se pone al lado de la parte más débil.

Finalmente, gracias a la última intervención de esta perícopa donde se habla de la apertura de Jesús hacia los niños podemos intuir que esta sección intenta ofrecer una postura muy clara de Jesús a favor de los sectores más vulnerables de la sociedad antigua: las mujeres y los niños. Estos últimos no eran tomados en cuenta por la sociedad de su tiempo, y queda bien representado por los discípulos regañándolos. Jesús los pone en el centro de atención y señala, más bien, que es preciso ser como ellos para llegar al reino de Dios. Los niños son dóciles para aprender, no se cuestionan muchas cosas, solo esperan confiar en sus padres, creen en todo lo que les dicen y ofrecen, tienen una abierta disponibilidad a acoger una “buena nueva”. Ser como niños, sí, ¡cuánta inocencia!, ¡cuánta nobleza!, ¡cuánta bondad!, ¡cuánto de eso necesitamos hoy! Ayúdanos Señor a ayudar a los más vulnerables de nuestra sociedad. ¡Tú que has tomado partido por ellos, haz que no caigamos jamás en el desprecio y la discriminación!

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