Queridos amigos

El matrimonio en el Plan de Dios es lo que nos presenta Marcos en su evangelio (Mc 10, 2-12), ratificado por Jesucristo. En este Plan se nos dice: que Dios creó al hombre y la mujer; que los creó para que se unan y vivan unidos; que esta unión los hace una sola carne (uno solo) y que, por lo tanto, esa unión es indisoluble y hace adúltera cualquier otra relación sexual de un(a) casado(a) con quien no es su pareja.

El texto de Marcos dice muchas cosas más, pero las susodichas son las más importantes y de alcances y consecuencias muy importantes y muy actuales. Por ejemplo estos cuatro NO: NO al divorcio, que rompe la unión querida por Dios. NO a la unión entre divorciados cuya relación es adulterio. No a la unión entre homosexuales y lesbianas, cuya relación es estéril y contra natura. NO al aborto, que mata en el seno materno a los niños que Dios regala… Pero más allá de estos y otros NO, el Plan de Dios sobre el matrimonio es, ante todo y por sobre todo, tremendamente positivo. Tanto que, por decirlo a nuestro modo, “Dios se las jugó por el matrimonio”.

Ante todo Dios quiso que el matrimonio fuera su imagen viva. En efecto, Dios que es uno y trino -tres Personas distintas y un solo Dios verdadero: unidad en la diversidad- , quiso ser reflejado como tal por el hombre y la mujer en matrimonio, en el que hay dos personas distintas, pero una sola cosa (= una sola carne) cuando se unen (Gn 2, 24). Más aún, en el amor del hombre y de la mujer, dejó la imagen de su propio amor, fiel, feliz y fecundo. De esta manera, confió al matrimonio la gran misión de ser su imagen viva en la tierra… Decididamente “Dios se las jugó por el matrimonio”.

En el Plan divino, el matrimonio es su creación por excelencia. Es por ello que pide que lo refleje: 1. que la unión del hombre y la mujer sea para siempre, como lo es en Dios la unión del Padre-Hijo-Espíritu Santo. 2. que los-dos-en-“una-sola-carne” vivan su comunión afectivosexual y complementaria como personas, iguales en cuanto tales, pero diferentes entre ellas, y con un destino común. Una comunión que se consolida y prolonga amorosamente en los hijos. “Carne y huesos” de sus padres, los hijos son la prueba viva de que, en efecto, los papás son una sola carne, concretada en ellos. Son también el nudo que enlaza definitivamente su amor.

El matrimonio cristiano podrá estar aún lejos de lo que Dios “quiere”, pero ahí está, con toda su belleza y grandeza. Y requiriendo una seria, prolongada y sincera preparación de quienes han de ser esposos y padres cristianos.

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