EL DINERO: ¿UN NUEVO CAMINO PARA LLEGAR A DIOS?

Estamos tan acostumbrados a escuchar de Jesús muchas peticiones de renuncia a los bienes materiales, condenas al dinero y a todo afán de acumulación de riquezas, que no deja de sorprender el mensaje de la parábola que se cuenta este domingo. En ella, Jesús parece elogiar la actitud de un administrador que, en vez de ser honesto con su patrón, termina estafándolo. ¿Es que Jesús se volvió loco? ¿Está elogiando una conducta negativa? ¿O es que hay un mensaje escondido en este relato? Antes de responder estas preguntas, quizá debamos tener en cuenta que Jesús siempre buscará que el hombre se acerque a Dios, aun cuando ese acercamiento se haga por caminos poco usuales.

El evangelio de este domingo narra una parábola en la que el protagonista es un administrador que la tradición ha calificado de “astuto”, pero al que también le vendría bien el apelativo de “incompetente”, porque descuidó los bienes de su patrón y los malgastó (Cf. Lc 16,1). Al percatarse, el patrón decide “pedirle cuentas” a su administrador y despedirlo (Cf. Lc 16,2). El nuevo desempleado se pone a pensar sobre su futuro: “¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me despide de mi empleo? Para trabajar la tierra no tengo fuerzas, y pedir limosna me da vergüenza.” (Lc 16,3). Al final, decide utilizar sus influencias para ganarse algunos amigos que lo puedan acoger en sus casas cuando se quede en la calle: “Llamó uno por uno a los que tenían deudas con su patrón, y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi patrón?” Le contestó: “Cien barriles de aceite”. Le dijo el administrador: “Toma tu recibo, siéntate y escribe en seguida cincuenta”.” (Lc 16,6). Aquí viene lo extraño de la parábola, porque lo más normal sería que el patrón, al enterarse de la jugada de su antiguo administrador, lo sancione más severamente, pero eso no sucede; más bien, alaba su actitud: “El patrón admiró la manera tan inteligente de actuar de ese administrador que lo estafaba.” (Lc 16,8). Pero, ¿qué puede tener de elogiable la manera de actuar del administrador? ¿Qué nos quiere decir Jesús con esta historia?

Para empezar, caigamos en la cuenta que lo que se alaba del administrador no es su delito en sí, que a todas luces es condenable; lo que se resalta es su inteligencia o astucia para utilizar el dinero y asegurarse un futuro. Antes de ser descubierto, este administrador malgastaba el dinero, o mejor dicho, lo usaba mal. Ahora pasó a utilizar el dinero para algo más provechoso. El mensaje de Jesús va en esta línea: indicarnos cómo debemos usar el dinero y las riquezas. Es cierto que todos, de alguna manera, tenemos un contacto inevitable con el dinero. Hoy, en nuestros tiempos, todo se hace con dinero, y si queremos salir adelante, si queremos tener una vida confortable, si queremos cuidar el futuro de nuestra familia, necesitamos dinero. Este dinero, que en sí mismo no tiene ningún valor moral, se convierte en bueno o malo cuando llega a nuestras manos. En efecto, Jesús califica al dinero como “sucio” o “injusto” cuando se convierte en el centro de nuestras vidas y nos aleja de Dios, es decir, cuando al propio dinero y a las riquezas las convertimos en dioses. Esta manera de vivir automáticamente excluye a Dios, porque “no se puede servir a dos patrones, porque necesariamente odiará a uno y amará al otro o bien será fiel a uno y despreciará al otro” (Lc 16,13a).

Sin embargo, el dinero se podría convertir en un estupendo instrumento para acercarnos a Dios si lo usamos no para adquirir bienes materiales sino bienes eternos: “Utilicen el sucio dinero para hacerse amigos, para que cuando llegue a faltar, los reciban a ustedes en las viviendas eternas” (Lc 16,9). Esta fue la astucia del administrador: utilizó el dinero para asegurar su futuro. Pero Jesús le da una interpretación mucho más profunda: el dinero también nos podría asegurar nuestro futuro eterno junto a Dios. Se trata simplemente de usarlo en realidades que son del interés de Dios: el porvenir de los pueblos, el bienestar de los débiles, la práctica de caridad, las obras de solidaridad, el establecimiento de la justicia, etc. Si usamos el dinero que pasa por nuestras manos en asuntos como estos, estaremos demostrándole a Dios que somos dignos de confianza en lo poco y que nos puede confiar los bienes verdaderos (Cf. Lc 16,11). Tengamos en cuenta que nosotros solo somos administradores del dinero que Dios pone en nuestras manos, y precisamente lo ha hecho así para que actuemos como el administrador de la parábola: astuta e inteligentemente.

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