En el evangelio de este domingo, el Señor predice a sus discípulos, por segunda vez, las consecuencias de la predicación y la instauración del Reino: su pasión, muerte y resurrección. Lo hace con esta insistencia para fijar su posición ante la incertidumbre de sus discípulos y el error de comprensión que tienen ya que siguen pensando en el Mesías prometido desde una perspectiva de euforia, poder y privilegio. Les da miedo seguir preguntando porque sienten la resistencia instintiva de conocer la verdad en toda su crudeza y no ser capaces de aceptar lo que el Señor les indica.

Con esa mentalidad mesiánica por parte de los discípulos, no es de extrañar que mientras el Señor les hablaba del servicio a los demás hasta “perder la vida”, del amor como donación, de la humildad y de la sencillez, ellos se preocupaban de acaparar los primeros puestos y sentirse superiores ante los demás.

Sin embargo el Señor, aprovechando su confusión y su error, les inculca una nueva jerarquía de valores. El último y servidor de todos es el primero porque entiende la vida “no para servirse sino para servir” y entre los diferentes modelos que definen el Reino de Dios está el de un niño porque es sensible, transparente, frágil, desamparado y desposeído de todo afán de poder.

Entender la vida al estilo del Señor es nuevamente una opción personal. Mentalizarse en el valor del servicio como eje central de nuestra actuación personal y reconocer que todos, de alguna manera por pequeña que sea, tenemos parcelas de poder que influyen ante los demás. ¿Qué actitud adoptamos en esas situaciones? ¿Somos tolerantes y con capacidad de escucha? ¿Nos aprovechamos de nuestra situación para beneficio personal? ¿Aceptamos con disponibilidad y acogida a quien manda?.

En el instinto humano y hasta en el corazón prevalece más la ambición de poder que la de servicio. Forjar una mente y una voluntad que controle esas apetencias, cuando no son purificadas, deberá ser un ejercicio permanente en nuestra vida personal. Mandar con generosidad, apertura y humildad, sin menoscabo de la autoridad, y obedecer con espíritu de colaboración en beneficio del bien común será una tarea fundamental para crecer en neutras relaciones interpersonales desde el ejemplo que el Señor nos ofrece en el evangelio de hoy.

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