El orgulloso no acepta al humilde

¿Sabes Jesús? Tú nos enseñas que no podemos nada sin ti, que si queremos crecer debemos “disminuir” como dice tu siervo San Juan Bautista (cf.Jn.3,30); pero hay personas que prescinden de tu amor, de tu gracia y de tu presencia. Cuánta gente hay en este mundo, Jesús, que le gustan los aplausos, o sobresalir para que les “miren bien” o para “ganarse el cariño de todos” y así hace daño a otros. Cuánta gente hay, Señor Jesús, que no le gusta que otros salgan para adelante. Cuánta soberbia hay en este mundo, perdónanos Jesús. Tú tienes razón cuando dices desde la cruz: “perdónales porque no saben lo que hacen”. Ayúdanos a destruir en nosotros la soberbia y aprender de tu Madre y de los santos la virtud de la humildad. Amén.

¿Te has preguntado cómo trabaja el diablo en los soberbios? La respuesta la tenemos en la primera lectura. “Tendamos una trampa al justo, veamos si sus palabras son verdaderas…lo someteremos a humillación y a tortura” (Sab.2,12.17-20). El soberbio o el orgulloso se incomoda por encontrar personas que tratan de seguir a Jesús con radicalidad imitándole en su actuar, pensar y decir. Al soberbio le estorba Dios, no quiere nada de Él o alrededor de Él.

Es lamentable ver a diario a personas o grupos de personas que lo único que albergan en sus corazones es odio en vez de amor, rechazo en vez de aceptación humilde del otro, autoritarismo en vez de paz, prejuicio en vez buenas relaciones fraternas. ¿El orgulloso le habrá declarado la “guerra” al humilde?: “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males” (Stgo.3,16-4,3). Lo único que quiere el orgulloso es: ambicionar, tener más, ser más que otros, y muchas de las veces a costa de matar ilusiones y esperanzas, y en otros casos a costa de denigrar la dignidad del otro. Santiago, hoy domingo, es realmente fuerte en sus palabras: “Ustedes ambicionan, y no obtienen, matan y sienten envidia, PERO NO PUEDEN CONSEGUIR NADA y entonces combaten y hacen la guerra”.

Hace muchos años atrás, a un personaje conocido de una ciudad le invitaron a dar una conferencia en un auditorio de más de 600 personas. La invitación la había hecho el alcalde de la zona y abierta a todos sin excepción alguna. Cuando el conferencista estaba ya a la mitad de la charla, vio de pronto que llegó a ese auditorio a escuchar su charla un joven de 20 años de edad. Su aspecto para muchos era poco atrayente: venía muy mal vestido, su manera de caminar era dificultosa (por tener problemas de psicomotriz), no estaba bien aseado y tenía problemas para hablar. Sólo se sentó en una de las últimas bancas. Bastó ese gesto para que todos los que estaban en esa banca se levantasen y fueran a otro sitio. Esto provocó la incomodidad del conferencista, que justo estaba hablando de la práctica de los valores. El conferencista se tomó la atribución, con mucho tino, de llamarles la atención a todas esas personas, que no tuvieron otra opción que regresar a esa banca.

El evangelio de hoy puede romper nuestros esquemas. Los discípulos no entendían aquello que decía su Maestro, que es también el nuestro: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará…Quien quiera ser el primero, QUE SEA EL ÚLTIMO DE TODOS, Y EL SERVIDOR DE TODOS” (Mc.9,30-37).

Aquel joven de 20 años de la historia, tiene un alma pura, sólo quería sentarse y recibir el calor fraterno de los demás, puede ser el niño del evangelio que Jesús lo coloca en sus brazos: “El que recibe a un niño como este en mi nombre, ME RECIBE A MÍ…”

El orgulloso no le gusta que el humilde se gane el cariño de Dios y su atención preferencial e incluso que le regale muchos dones espirituales (cf.Lc.4,18-21; Mt.25,31-46). Si queremos de verdad ser de Jesús, hay una afirmación que suena como una sentencia de parte de Jesús que puede servir de inspiración para un buen compromiso de fe: “ustedes serán mis amigos, SI HACEN LO QUE YO LES MANDO” (Jn.15,14).

¿Seré de los orgullosos que no les gusta ser corregidos?, ¿seré de los orgullosos que prescinden todo el tiempo de los sacramentos (Eucaristía y Confesión de manera particular) ya que no quieren saber nada de la Iglesia?, o ¿seré de aquellos que reconociéndose pecadores (cf.Lc.18,13-14) se ponen siempre en manos de Dios ya que sin ÉL no pueden hacer nada?

Con mi bendición.

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