PERDONAR, SIEMPRE QUE SE PUEDA

El sabio Jesús ben Sirá, autor del libro del Eclesiástico, por la experiencia de la vida, se siente en la capacidad de aconsejar para que las futuras generaciones se enfrentan a la vida con ciertos elementos que son necesarios en la búsqueda de la felicidad. Lo entiende no solo como un discernimiento popular sino como la revelación de Dios que favorece justamente a los hombres en lo que hoy podíamos llamar alcanzar el “equilibrio” de una vida coherente. Hay muchas situaciones que nos pueden llevar a perder los papeles y dejar que la ira se apodere de nuestro corazón sacando a relucir diversas manifestaciones de odio y de venganza. El análisis que podamos hacer al respecto puede suscitar diversas apreciaciones de cómo canalizamos la cólera y ese deseo de “hacer justicia por nuestras manos”, pero el discernimiento que hace el sabio es importante tenerlo en cuenta: el ejercicio del perdón pasa por la relación no solo con el prójimo sino con Dios. El sabio entiende que no hay hombre perfecto en la tierra, y que, ante la posibilidad de fallar, quisiéramos ser tratados por Dios con misericordia y no con venganza. Pues, la exigencia repercute entonces en la persona humana que ejerce la verdadera sabiduría en la comprensión por su prójimo y en la búsqueda de ese perdón que le devuelva el equilibrio de las relaciones no solo con sus hermanos sino con el mismo Dios.

Pablo, ya en la última sección de esta carta a los cristianos de Roma, ofrece una serie de consejos de cómo vivir coherentemente la fe en Cristo. Existían muchas prácticas en el mundo judío y grecorromano que los cristianos no habían terminado de hacer un discernimiento serio al respecto como el caso de la dieta alimenticia (comer carne sacrificada a los ídolos, lo que supondría “adorar” a los dioses). Obrar de tal o cual forma, no determina que uno sepa más que el otro o le haga más perfecto que el otro. La última referencia de lo que hagamos debe ser el mismo Dios y desde allí la preocupación por los hermanos más pequeños que necesitan buenos ejemplos de fidelidad. Y esta es una impronta que Pablo desea que quede grabado en el corazón del cristiano y, así, tenemos una hermosa disertación que suena a doxología: “si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor, en la vida y en la muerte somos del Señor”.

El evangelista Mateo inserta una historia ejemplar (o llamada parábola) muy interesante a partir de una enseñanza acerca del perdón suscitada por la intervención de Pedro. Una vez más, como en el caso de la primera lectura, la especificidad del tema del perdón pasa por la relación con Dios. No podríamos pedir el perdón a Dios si no somos capaces nosotros de perdonar. La notable exageración de los montos que se deben en el relato suscita la admiración del oyente-lector: es abismal la comparación de diez mil talentos (“talento”: denominación que no era tasada objetivamente en monedas) con cien denarios (“denario”: el pago ordinario del jornal diario); puesto que la primera es una deuda impagable mientras que la segunda si es posible de saldarla. La justicia de Dios se presenta aquí dependiendo del proceder del ser humano. Sin duda, hoy en día, este tema del perdón ha ido

desarrollándose desde diversas ópticas y grandes aportes desde la psicología y afines, pero desde el evangelio también hay una palabra al respecto que debiéramos tener en cuenta. El perdón ayuda en el equilibrio de la vida del ser humano, pero alcanzarlo demanda no solo un gran esfuerzo mental y de control, sino mucha fuerza espiritual. Dentro de lo normal, nadie desea hacer daño a alguien, pero, lo cierto es, que muchas de nuestras decisiones van a repercutir en la vida de los demás, y cuando nos equivocamos, ante el reconocimiento del daño ocasionado, sentimos la necesidad de ser perdonados. Y esto, también le sucede a mi prójimo. No esperamos fallar, pero ante lo que suceda necesitamos siempre estar listos para entrar al proceso del perdón. ¿Solo siete veces? Pues desde la fe en Cristo, deben ser setenta veces siete. Ahora bien, lo más sorprendente, está en la posibilidad de que alguien fuera capaz de contabilizar cuántas veces ha recibido el perdón de Dios; y estoy seguro que los múltiples de siete se extenderían por siempre mucho más de lo que nosotros solemos perdonar. No perdamos de vista este domingo al Salmo 102 que reúne elementos de una confesión del Dios de Israel como misericordioso y compasivo, y para muestra un pequeño fragmento: “Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y ternura”.

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