“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Así respondía Pedro, el discípulo del Señor, cuando el Maestro preguntaba a sus discípulos sobre su identidad. Definición sincera y heroica ante el rechazo e incomprensión que Jesús sentía cuando anunciaba la instauración del Reino de Dios.

En el evangelio de hoy, Mateo nos describe las profundas discrepancias que existían en la forma de entender “el ser Mesías” entre sus discípulos y el mismo Jesucristo. El Señor les quiere aclarar desde el principio que el ser Hijo de Dios va a pasar por el sufrimiento y la cruz. Los discípulos seguían creyendo en un Mesías cuyas señas de identidad eran la fuerza y el poder. Este anuncio de sufrimiento y cruz como paso previo para alcanzar la vida eterna siembra en los discípulos el desconcierto, la decepción y el rechazo. Será el mismo Pedro quien, tomando nuevamente la iniciativa, le indica que eso es imposible. Jesús le indica que de forma dura y exigente que debe adoptar una actitud de comprensión y aceptación al estilo de vida que Él anuncia y configurarse plenamente con los valores del Reino. El discípulo incondicional de Jesús es quien da prioridad al mensaje del Señor por encima de su voluntad, sus legítimas aspiraciones y su proyecto de vida. Esto implica aceptar los riesgos y retos que el modelo a seguir conlleva. ¿Somos, tal vez, de los que proclaman y defienden la fe en Cristo y desconocen o huyen del camino que conduce a Él?.

La experiencia del apóstol Pedro es fiel reflejo de lo que nos sucede a todos. Cuando las cosas nos salen bien somos capaces de reconocer al Señor en cualquier oportunidad de nuestra vida. Nos resulta fácil relacionarnos con Él y la alabanza y agradecimiento brotan espontáneamente desde la hondura de nuestro corazón. Pero cuando nos visita la adversidad, el sufrimiento inesperado, la incomprensión, no aceptamos de buen grado que allí, entre la cruz, también está el Señor. Y, sin embargo, Jesús afirma que quien quiera seguir su camino ha de aceptar la cruz porque es camino de la resurrección y de la salvación. Entonces “nos vamos desprendiendo de la vida” pero la ganamos para la causa del Señor que se acerca a nosotros para fortalecernos y darnos su paz.

La experiencia del profeta Jeremías, narrada en la primera lectura y relacionada con el evangelio de hoy, es elocuente: las dificultades, los sinsabores, los disgustos nos aprietan por todos lados pero quien acepta la Palabra de Dios responsablemente sabe que el Señor está con él y saldrá victorioso de cualquier dificultad porque nunca nos abandona.

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