Queridos amigos

 

El encuentro de Juan y Andrés con Jesús, que habría de cambiar sus vidas y tantas otras cosas, nos lo contó el mismo Juan (1,35-42) unos 60 años más tarde. No sabemos de qué hablaron, aunque podemos imaginarlo. Y sin duda, más importante que lo que se dijeron, fue lo que pasó. Como por milagro, poco a poco, fueron sintiéndose subyugados por Jesús. ¿Su personalidad? ¿La acción del Espíritu Santo? El hecho es que de aquel largo encuentro, hasta el día siguiente, salieron transformados. El joven Juan ¿17 años? y el maduro Andrés, sintieron que sus vidas habían cambiado. En adelante ya no serían más para ellos mismos sino para Jesús, enteramente discípulos misioneros de Jesús. Algo les decía que era el Mesías y aún más que el Mesías que esperaban, pues en Él se sentía a Dios.

No sabemos de Juan, pero en el caso de Andrés, la primera evidencia de su cambio se hace visible en su encuentro con su hermano Simón. “¡Hemos encontrado al Mesías, el Cristo!”, le dice lleno de alegría. Ahora Jesús es el Mesías, definitivamente el Mesías. Sólo unas horas antes le había llamado Maestro (Rabí), como para iniciar una conversación con Él. Ahora, después del encuentro con Jesús, lo llama Mesías, el Mesías. ¿Qué le hizo cambiar así, para reconocerlo y anunciarlo como el Mesías? Simplemente aquel encuentro, que llenó su corazón de amor y sus ojos de luz. Decididamente quien se encuentra personal e íntimamente con Jesús, siente que ya es otro. Es lo que le pasó a Pablo (Gal 2,20). ¿No le pasó a usted eso alguna vez?

Juan y Andrés no sólo salieron del encuentro con Jesús sintiéndose sus discípulos identificados con Él. Salieron también como misioneros, porque “cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva. El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”, nos dijo el Papa Benedicto XVI. Sabemos que es esto lo que le pasó a Andrés, pues, uniendo los hechos a las palabras, llevó a su hermano Simón donde Jesús. Providencial iniciativa misionera, que el Señor premió al cambiarle a Simón su nombre por el de Cefas (Pedro, Piedra), anticipo de lo que habría de pasar más tarde (Mt 16, 18-19), cuando Jesús lo constituyó en la piedra o fundamento de su iglesia.

El “vengan y verán”, que Jesús sigue diciendo a quienes, como Juan y Andrés, inquieren por él, es el mejor lema de promocional vocacional. Sólo el encuentro vivo y personal con El, transformará nuestras vidas y nos hará discípulos misioneros.

“Ven y verás” es el lema de la Promoción Vocacional de la Familia Vicentina.

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