Queridos hermanos:

Después de celebrar la fiesta del Bautismo del Señor, las lecturas bíblicas de este domingo continúan hablándonos de la relación entre Juan el Bautista y Jesús. Una vez que se produjo el encuentro entre estos dos personajes, según lo que nos dice el texto del evangelio de este domingo, Juan continuó dando testimonio de Jesús. Veámoslo más detenidamente.

Una de las cosas que Juan dice sobre Jesús es lo siguiente: “tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Con estas palabras, el Bautista deja muy en claro la identidad de Jesús; en efecto, la frase “existía antes que yo” significa que Jesús posee una de las características que solo son atribuidas a Dios: existir desde siempre, o sea, la eternidad. Recordemos que en el mismo evangelio de San Juan se dice que “en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios”. Juan el Bautista aclara, pues, que la Palabra de Dios hecha carne, la que existía desde siempre y se hizo carne, es Jesús. Y este es el primer dato que podemos extraer del evangelio de este domingo: Jesús es Dios. Quizás no sea un dato novedoso para nosotros, que creemos en la divinidad de Jesús, pero pongámonos en el lugar de los oyentes de Juan el Bautista y también de aquellos a los que el evangelista san Juan dedica su evangelio. Para ellos sí fue novedoso escuchar o leer que Jesús de Nazaret era la Palabra de Dios hecha carne. Ambos, el evangelista y el Bautista, querían que las personas, conociendo la identidad divina de Jesús, lo siguieran y se adhirieran a su proyecto. Este es un deseo que, a pesar del tiempo, no ha perdido fuerza y nos interpela a cada uno de nosotros.

Hay, también, en este texto evangélico, otro dato sobre la identidad de Jesús que es interesante. Una vez más, aparece en boca de Juan el Bautista: “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El término “Cordero de Dios” hace referencia a algunos textos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el libro del Levítico se dice que en el día de la expiación, el sacerdote debía tomar un cordero y ofrecerlo en sacrificio a Yavé para que perdone los pecados de todo el pueblo y que se debía repetir este ritual todos los años. También en el libro del profeta Isaías se habla de un siervo de Yavé que es como un “cordero llevado al matadero y que lleva sobre sí los pecados del mundo”. Vemos, pues, que la idea de un cordero sacrificado por los pecados de los hombres, era ya conocida en el mundo judío. Ahora el evangelista Juan señala que Jesús es el verdadero cordero de Dios porque es el mismo Dios, y que su sacrificio en la cruz es el verdadero porque es el único capaz de quitar los pecados del mundo de una vez para siempre.

Estos son los dos datos más importantes sobre la identidad de Jesús que nos revela el texto del evangelio de san Juan en boca de Juan el Bautista: Jesús es Dios y tiene el poder de quitar el pecado del mundo para siempre. Precisamente, estas dos ideas son las que se intentan resaltar cuando en la misa el sacerdote levanta la Eucaristía, antes de la comunión, y repite las mismas palabras del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Lo que el sacerdote quiere señalar en ese momento, con la Hostia consagrada en alto, es que ese es Dios y que allí está el remedio para todos los pecados. Por esa razón el sacerdote añade: “Dichosos los invitados a la cena del Señor”, lo que significa que solo los que prueben ese pan podrán sentir la dicha de verse liberados del pecado y estar más cerca de la salvación. Como dije más arriba, la idea es que todos reconozcamos a Jesús como Dios y accedamos a la salvación que día a día se nos ofrece en cada Eucaristía, cuando se nos invita a gustar del Cordero de Dios que quitó los pecados del mundo.

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