El testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús es tan impresionante que nos quedamos prendados y prendidos del mismo (Jn 1,29-34). Sin pasar a la acción, lo que no fue el propósito de Juan ni lo que entonces pasó ni…lo que ahora tendría que pasar. “Es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, dice de Jesús, haciéndose eco de la Torah (Gen 22,8; Ex. 29, 39) y anticipando lo que el otro Juan dirá en el Apocalipsis (5, 6.12; 12,11; etc). Es el Ungido por el Espíritu -Mesías en arameo y Cristo en griego (Jn 1,32). Es el Hijo de Dios (Jn 1,34). El que ha de bautizar con el Espíritu Santo (Jn 1, 33). ¿Qué más se puede decir de Jesús? Impresiona también la manera honesta y humilde de su testimonio, que nace de ser un apasionado de la verdad.

Cuando Juan dio tamaño testimonio de Jesús, lo hizo para dar a conocer lo que sabía y sentía de Él, pero también para que la gente actuase en consecuencia. Y así fue. Inmediatamente algunos discípulos de Juan, viendo en su testimonio una invitación para seguir a Jesús, se fueron con Él. Es el caso de los futuros apóstoles Andrés y Juan, que cuenta el mismo Juan (1, 37-42). No sólo eso sino que el mismo Jesús acelerará su plan de trabajo (Jn 1, 43) y hasta anticipará la hora de sus señales (milagros), a petición de María (Jn 2,4). Qué buen ejemplo para nosotros, que sabiendo que Jesús es el Señor, debiéramos vivir dando testimonio de Él a los demás. Lamentablemente, nuestra fe no llega a tanto. Nos quedamos, y tanto que los hijos de este mundo resultan siendo más sagaces, audaces y movidos que nosotros, como nos echó en cara Jesús (Lc 16, 8).

Que Jesús es el Ungido por el Espíritu Santo para ser el Mesías o Cristo, y para bautizar con el Espíritu, es el otro gran testimonio de Juan el Bautista, que le lleva a decir que Jesús es el Hijo de Dios. Y por lo tanto que hay que aceptar cuanto Él diga y haga y ponerse por entero a su disposición. Así lo hizo él, no obstante la resistencia de algunos de sus discípulos. (Ver Mt 11, 2-6; Jn 3, 22-36). Conmueve ver la alta estima que Juan tiene del bautismo de Jesús y cómo le hubiera gustado haber sido bautizado con ese bautismo y por Él (Mt 3,14). Habría recibido el Espíritu Santo y habría sido alguien importante en el Reino de Dios (Mt 11, 9-11).

Es el Espíritu del Señor lo que maravilla a Juan. A él le hizo saber que ese Jesús que estaba en la fila de quienes esperaban su bautismo, era el Mesías. ¿¡Qué cosas no haría saber y hacer a quienes lo recibieran!? En el día de nuestro bautismo, el Espíritu Santo se posó en nosotros (tomó posesión de nosotros), y nos hizo hijos adoptivos de Dios Padre, hermanos de Jesucristo y testigos y creadores de la historia con el Espíritu, que recrea y hace nuevas todas las cosas. ¡Reconoce cristiano tu dignidad…!

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