SEÑOR DE LA DIVINA MISERICORDIA

En este domingo especial en que celebramos al Señor de la Divina Misericordia, la liturgia de la palabra nos anima a creer en Jesucristo que se ha manifestado resucitado a sus apóstoles, los cuales, con la fuerza del Espíritu, salieron por el mundo a anunciar esta Buena Nueva. El autor del libro de los Hechos de los apóstoles escribe esta obra unos 50 años después de los hechos salvíficos acaecidos en Jerusalén y en un contexto de definición de su identidad como comunidad de seguidores de Jesucristo (por la hostilidad del judaísmo rabínico) desean plasmar el ideal comunitario en un estilo de vida muy peculiar. La comunión se convierte en el signo preclaro de la confianza en Dios, perfilando una comunidad de iguales, donde la gran predicación es acerca de la resurrección del Señor Jesús. Así, también la comunión de bienes, ayudaba a que no se suscitaran diferencias, lo que desafiaba al orden social imperante donde los bienes materiales eran signos de bendición, y el honor era una pauta necesaria para las relaciones interpersonales y comunitarias. Sin duda, seguir a Cristo implicaba un cambio rotundo de estilo de vida, y creaba un ambiente nuevo de relaciones, aunque esto lo vivían más plenamente al interior de las comunidades, no buscando “luchar” frontalmente contra el orden existente. La primera carta de Juan, ligada de alguna forma a la tradición del evangelio de Juan, propone esta dimensión familiar de la fe. Creer en Jesús te vincula al Padre en una realidad de hijos en el Unigénito. Pero no basta con esta condición asumida desde la fe, sino que debe el creyente demostrar con sus actos que ha recibido esta gracia. Así entonces, no se conciben los mandamientos como una carga externa sino más bien como una expresión propia de quien cree en Cristo. Este ya no pertenece más a la esfera del mundo (oposición al plan de Dios), por el contrario, ha sido revestido con la sangre del sacrificio redentor, el agua del bautismo y la fuerza del Espíritu que da testimonio por la boca de los evangelizadores y la caridad para con todos. En el evangelio se propone a través de esta narración de aparición la necesidad de creer en el testimonio de los testigos de la resurrección para las siguientes generaciones, las del tiempo del evangelista y quienes vendrán después; la de aquellos que no fueron los privilegiados en contemplar las apariciones del Resucitado, personificados en Tomás, pero son bendecidos tanto más que aquellos testigos fidedignos. La fe de la comunidad se convierte en un pilar importante de la evangelización y esta promueve la paz verdadera y el perdón de los pecados para quienes deseen aceptarlo por la acción del Espíritu Santo que obra en la misma comunidad. Al final de este relato, se ofrece un pequeño dato puesto por el autor que nos da indicio de que su obra no intenta contarnos toda la vida de Jesús a modo de crónica, sino más bien, la presenta como una narración que a través de los signos propuestos animen a los lectores a creer sin reservas que Jesús es el Cristo y acceder así a la vida eterna.

Hoy confesamos la misericordia de Dios que nos concede su perdón, pero que a su vez nos compromete a afianzar más nuestros lazos comunitarios, que revistan de un testimonio firme que puede ayudar a mejorar una sociedad que peligrosamente está basando su existencia en el egoísmo y la violencia. Nuestra tarea es desafiante pero necesaria; hemos sido revestidos de una gracia especial, bañados por el agua del bautismo, purificados por la sangre de Cristo y fortalecidos por la presencia del Espíritu que nos impulsa a dar testimonio de

que Cristo vive y vive en nosotros para hacer de este mundo un lugar de auténtica paz: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

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