Este domingo el evangelio nos presenta al Señor Jesús después de la multiplicación de los panes que permitió que comieran como cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. 

Él Señor Jesús desea despedirse de tanta gente que se ha congregado alrededor y a quienes Él se puso a enseñar antes de alimentarlos con aquella multiplicación de los panes por eso les pide a sus discípulos que se adelanten en la barca hacía la otra orilla que luego Él ira a darles el encuentro. 

El relato nos sigue informando que el Señor Jesús después de despedir a la gente subió a la montaña para estar a solas y poder orar, pero cuidado que nos equivoquemos al comprender este “estar solo para orar”, ya que bien sabemos que en la oración cristiana siempre son dos los que participan en la oración, por un lado, el hombre, varón o mujer, y por el otro, el gran protagonista de la oración, que es Dios.  

En la experiencia de oración, por alguna razón que no termino de comprender el creyente a aprendido a hablarle a Dios, pero tengo la sospecha de se ha olvidado que lo más importante en la oración no es lo que nosotros tengamos para decirle a Dios, sino que lo sumamente importante es lo que Dios tiene para decirnos en la oración ya que este es un diálogo entre dos, Dios y el hombre. 

Ya al amanecer, nos relata el evangelio que el Señor Jesús se acercó a la barca donde viajaban los discípulos caminando sobre las aguas y estos se asustaron pues creían estar viendo un fantasma. 

El Señor Jesús que no ha venido a este mundo a meternos miedo sino a despertar y hacer crecer y consolidar la fe en Dios Padre y su enviado, calma a los discípulos identificándose y haciendo una invitación “soy yo, no tengan miedo”.  

El relato tiene un cambio de enfoque ya que deja de hablar de los discípulos y se centra en uno de ellos que en su pedido de “si eres Tú, mándame ir hasta donde estás Tú” no expresa confianza o fe en el Señor sino más bien suena casi a desafío, pero que el Señor pasa por alto y le dice al atrevido, “ven” y este sin pensarlo dos veces baja de la embarcación y se pone a caminar sobre el agua, pero de pronto algo lo hace volver a la realidad, es el viento fuerte que golpea su rostro y todo su cuerpo, y entonces toma conciencia de dónde se encuentra, está sobre el agua, y entonces se empieza a hundir, y en una reacción que es común a cualesquiera que se encuentra en peligro y clama la ayuda del Señor. El discípulo Pedro, el mandado, el impetuoso, termina gritando “Señor sálvame”, y efectivamente el señor lo rescató de las aguas embravecidas. 

Termina el relato haciéndonos saber que los que estaban en la barca, cuando el Señor Jesús junto con Pedro subieron, los otros se postraron ante Él e hicieron una confesión de fe: “verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios”.  

Pero esta confesión de fe no es la confesión de una fe madura, sino intuitiva, y digo esto porque si en este momento la fe de los discípulos fuera plena entonces estos no se hubieran corrido aquella noche en el huerto de Getsemaní, o no se hubieran puesto en camino de vuelta a su comunidad con pena por lo que le había sucedido a Jesús, o le hubieran creído, de una, a las mujeres que vinieron a anunciar que un ángel les había comunicado que el Señor había resucitado. 

Lo que si queda claro es que poco a poco se va abriendo una manera nueva de comprender a la persona del Señor Jesús, total después de todo la fe es un proceso que nos va ayudando a creer en aquel que un día nos lo encontramos en el camino de nuestra vida, o mejor todavía que se hizo el encontradizo con nosotros y nos hizo la conversación porque deseaba llevarnos a la fe en Dios, aquel por quien existe todo.    

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