Jesús es mi tesoro, y no otro

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

¿Qué hace que una persona se mantenga firme a pesar de las pruebas de cada día?, ¿qué le empuja a una pareja de esposos y a una familia caminar hacia adelante?, ¿qué motiva para que una persona con discapacidad siempre “sonría”?, ¿qué hace que un consagrado-a viva con gozo su vocación?, ¿qué hace que un niño sonría siempre?…

Una mamá se acerca a su hijo que había llegado de vacaciones a su casa, y le dice: “Querido hijo de mi alma, deseo pedirte por enésima vez que me acompañes a ver a una joven que está postrada y que es del tamaño de una almohada. Siempre te lo he pedido y tú me decías que no es el momento, pero ahora pienso que sí lo es”. Esa joven se llama PAQUITA: cuando era niña se cayó a un pozo profundo y literalmente “se encogió” ya que cayó parada y se quedó del tamaño de una almohada. El hijo de esa señora le contesta: “ya mamá, iremos mañana, sólo con la única condición de que me dejes vivir ese momento de principio a fin. Sambo, así llamaremos a este hijo, se fue con mamá Vitucha, a ver a Paquita. Su primera reacción cuando vio a la joven, era de ponerse de rodillas y llorar. “Paquita, paquita, ¿cómo estás?”, preguntó Sambo. Paquita contestó: “aquí, amigo, estoy bien, ¿no vez que estoy elaborando mis pulseras, con estos materiales, para ganarme la vida? A lo que este joven hizo silencio y atinó solamente a persignarse también con lágrimas en los ojos.

El pueblo del que habla la primera lectura, nunca perdió la esperanza en Dios, ya que esta lo guardó en su corazón y fue motivo de fortaleza permanente: “se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa en que tenían puesta su esperanza” (Sab.18,6-9). La esperanza es como el aliento de vida de cualquier persona, es como el aire que respiramos, es como el oxígeno que necesita nuestro cuerpo, etc. Tiene sentido aquella frase muy común que dice: “no pierdas la esperanza”, o “la esperanza es lo último que se pierde”.

La esperanza hace que jamás tenga miedo, y que si esto sucede, podré dejarlo de lado ya que siempre habrá motivos, más que suficientes, para mirar adelante y nunca hacia atrás, como “Paquita” de la historia contada. Hoy, Jesús, en el evangelio de Lucas, aparece animando a sus discípulos a no temer y a poner su esperanza en aquello que perdura: “No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha tenido a bien en darles el reino…consíganse bolsas que no se desgasten” (Lc.12,32-48).

Estar preparados, esperar, tener encendidas las lámparas, son algunas de las exigencias que debe asumir el discípulo para vivir arraigados en la esperanza. Ya que el corazón debe estar donde está nuestro tesoro que es CRISTO.

Sabemos por fe, que Dios viene, el cuándo y el cómo le corresponde a Dios. Eso es lo que anunciamos inclusive en cada Eucaristía: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor, Jesús”. Pero esa espera debe comportar en nosotros trabajar para que Dios sea siempre mi herencia, la tuya y la de todos: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como herencia” (Salmo 32). Tiene razón Jesús, cuando a manera de sentencia, en la parte final del evangelio de hoy dice: “A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más”.

Al tener a Jesús como el mayor de los tesoros, asumo la exigencia de vivir conforme a lo que Dios quiere (cf.Stgo.2,14-18; Ez.36,26; Filp.1,21).

Jesús es mi tesoro y no hay otro.

Con mi bendición

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