El evangelio nos presenta al Señor Jesús despidiendo a sus discípulos para que le adelantaran en la barca y fueran a la otra orilla mientras Él se queda para despedir a la multitud que se ha reunido en torno a Él, y a quienes Él estuvo enseñando antes de alimentarlos con aquella multiplicación de los panes, razón por la cual pide a sus discípulos que se adelanten en la barca hacía la otra orilla que luego Él ira a darles el encuentro.

El Señor Jesús después de despedir a la gente subió a la montaña para estar a solas y poder orar, pero cuidado que nos equivoquemos al comprender este “estar solo para orar”, y que nos lleve a una vida de fe aislados de los demás.
Es bueno recordar que en la vida del creyente hay un tiempo para la oración personal, la que hacemos al despertarnos o al acostarnos y hay otra tiempo para la oración comunitaria, como cuando nos reunimos los domingos para juntos darle gracias a Dios por todos los beneficios recibidos.
Además es bueno recordar que en la oración cristiana siempre son dos los que participan en la oración, por un lado, el hombre, varón o mujer, y por el otro, el gran protagonista de la oración, que es Dios.

En la experiencia de oración, por alguna razón que no termino de comprender el creyente a aprendido a hablarle a Dios, pero tengo la sospecha de se ha olvidado que lo más importante en la oración no es lo que nosotros tengamos para decirle a Dios, sino que lo sumamente importante es lo que Dios tiene para decirnos en la oración ya que esta es un diálogo entre dos, Dios y el hombre.

Ya al amanecer, nos relata el evangelio, que el Señor Jesús se acercó a la barca donde viajaban los discípulos caminando sobre las aguas y estos se asustaron pues creían estar viendo un fantasma, con dicha reacción vamos comprendiendo que para los discípulos el llegar a reconocer al Señor Jesús les fue tomando bastante tiempo.
El Señor Jesús que no ha venido a este mundo a meternos miedo sino a despertar y hacer crecer y consolidar la fe en Dios Padre y su enviado, calma a los discípulos identificándose y haciendo una invitación “soy yo, no tengan miedo”.
El relato tiene un cambio de enfoque ya que deja de hablar de los discípulos y se centra en uno de ellos que en su pedido de “si eres Tú, mándame ir hasta donde estás Tú” no expresa confianza o fe en el Señor sino más bien suena casi a desafió, pero que el señor pasa por alto y le dice al atrevido, “ven” y este sin pensarlo dos veces baja de la embarcación y se pone a caminar sobre el agua, pero de pronto algo lo hace volver a la realidad, es el viento fuerte que golpea su rostro y todo su cuerpo, y entonces toma conciencia de donde se encuentra, esta sobre el agua, y entonces se empieza a hundir, y en una reacción que es común a cualesquiera que se encuentra en peligro y clama la ayuda del Señor.
El discípulo Pedro, el mandado, el impetuoso, termina gritando “Señor sálvame”, y efectivamente el señor lo rescató de las aguas embravecidas, no sin antes hacerle notar su poca fe y su duda.

El Señor Jesús junto con Pedro subieron a la barca, y los otros discípulos se postraron ante Él e hicieron una confesión de fe: “verdaderamente eres el Hijo de Dios”. Esta confesión de fe que hacen los discípulos no es la confesión de una fe madura, sino intuitiva, lo que si queda claro es que poco a poco se va abriendo una manera nueva de comprender a la persona del Señor Jesús.
Total, después de todo, la fe es un proceso que nos va ayudando a creer en aquel que un día nos lo encontramos en el camino de nuestra vida, o mejor todavía que se hizo el encontradizo con nosotros y nos hizo

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