DIOS ES MI MAYOR RIQUEZA

¿Cuánta gente busca riquezas donde no debe? ¿Cuántos ponemos alma, vida y corazón a las cosas materiales como si estas dirijan nuestra vida? ¿Acaso se puede comprar el amor? ¿Acaso mi vida, la tuya y la de todos tiene un “precio monetario”? ¿No será que hayamos perdido el sentido auténtico de la vida misma?

El autor del libro del Eclesiastés nos advierte de un peligro en el camino de la vida, y este tiene nombre: “vanidad” (1,2; 2,21-23). Esto cuando de la mano con la codicia, el deseo desmedido de lo material por lo material, da como resultado: ruina personal, división en las familias, rupturas matrimoniales, amistades deshechas, alejamiento de Dios y de la Iglesia, etc. Cuánta paz se pierde, cuántas lágrimas incontrolables se derraman, cuántas ilusiones se “truncan”, cuántos proyectos se tiran a la basura cuando ponemos como prioridad lo material y no en la vida misma. No es malo ganar dinero con honradez, o comprarse cosas materiales con un esfuerzo sincero y esperanzador. Lo malo es el deseo desmedido de lo material y que eso “controle” mi vida. En Jn.10,10 advierte Jesús que “el ladrón viene a robar, a matar y a destruir”.

Acaso porque no se tiene el dinero que se quiere, ¿se puede destruir una amistad?, ¿un matrimonio?, ¿una familia?, ¿una comunidad? Si piensas así estás equivocado.

¿Quiero que esto malo desaparezca? Escuchemos al Apóstol de los gentiles que nos dirá: “aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col.3,1-5.9-11). Cuando pongo mi confianza en Dios (cf.Jn.14,1), mi vida tendrá siempre sentido. Eso es “despojarse del hombre viejo”, porque le doy pase “al hombre nuevo”. A eso estamos llamados todos. Revestirse del hombre nuevo, va a implicar que renuncie a aquello que no es santo o a aquello que me esclaviza.

¿Alguna vez me he puesto a pensar si cuando muera me llevaré todo lo material a la tumba o no? Hay muchas familias (ej. Los hijos) que viven divididas por el tema de las herencias. Son pleitos interminables, y hasta judiciales. Y lo que sus padres sembraron con tanto esfuerzo en vida, refiriéndome a lo bueno, ¿dónde quedó? Y el deseo de amarse, perdonarse y ayudarse, ¿dónde quedó? Hoy Jesús, es más que serio en el evangelio: “Guárdense de toda clase de codicia. Que por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes” (Lc.12,13-21). Siempre debemos preguntarnos: Y si Dios me pide cuentas hoy, ¿estaré preparado? ¿Qué me llevaré a la tumba? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿La desperdicio?

Amontonar bondad cada día, nos hace libres y nos acerca a Dios y a la caridad fraterna con los demás; amontonar maldad cada día, nos hace esclavos, nos aleja de Dios y de la caridad fraterna con los demas. Con todo esto me pregunto: ¿De qué lado estoy?

Hoy podemos sacar ese compromiso para enseñárselo a los demás: dejar que Dios sea mi riqueza cada día. Que cada economía que tenga, que cada cosa que adquiera, siempre que sea de manera digna, es para dar gracias a Dios por todo lo que nos da, para que con el salmista podamos decir: “Tus acciones, Señor, son mi alegría y mi júbilo la obra de tus manos” (Salmo 92,4). Agradezcamos a Dios todo lo que tenemos y todo lo que hacemos y preguntémonos con el salmista: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Salmo 116,12). Esa pregunta me debe llevar a interesarme por el otro y no ser indiferente. Ah, y no te olvides que Dios es nuestra mayor riqueza.

Con mi bendición.

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