SER RICO A LOS OJOS DE DIOS

Pocos de seguro habrán leído el libro del Eclesiastés, aunque muchos habrán escuchado alguna vez la frase con la que se inicia esta obra del AT: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Es una obra de carácter sapiencial, pero tiene una característica única, pues apelando a un discurso casi pesimista, intenta hacer reaccionar al lector creyente proponiéndole atender a la difícil manera de ver la vida cuando no lo espiritual no es tomado en cuenta. La palabra “vanidad” es un concepto occidental, por lo que la traducción más fiel del hebreo podría ser “golpear al aire”. Es muy práctica la manera de presentar la vida con esta idea: ¿puedes golpear el aire? ¿le haces daño al hacerlo? Pues, la respuesta es no. Pues, pareciera que la vida fuera eso, si no tienes presente a Dios y al horizonte espiritual. Podríamos preguntarnos: ¿para qué tanto esfuerzo? ¿para qué trabajar? ¿para qué sacrificarse tanto cuando las cosas parecen no satisfacernos inmediatamente? Y así tantas preguntas que todos en algún momento nos las hacemos. Una respuesta negativa nos lleva a buscar algo que está más allá de este orden natural y allí empezamos a notar la importancia de la vida espiritual y los grandes anhelos trascendentales que nos impulsan a seguir y afrontar la vida con esperanza. Dios nos cuide no caer en el pesimismo y la decepción fatal.

La tradición paulina de esta carta a los colosenses sigue su catequesis acerca de las consecuencias del bautismo recibido. Una nueva vida se abre para el creyente en Cristo, ha muerto y ha renacido como Él, por tanto, una nueva humanidad se puede concebir, la de los que viven según Cristo y no bajo las órdenes del régimen terrenal donde solo se encuentran diferencias que nos enemistan. Se entiende, por tanto, la invocación de ser llamados a aspirar a los bienes de arriba y no a los de la tierra.

Para la comunidad de Lucas, existe un problema concreto pues es tratado mucho en su obra: cómo entender las riquezas de este mundo, sabiendo que hay miembros de la comunidad cristiana que poseen muchos bienes y conviven con pobres y desposeídos. Es indudable, que las condiciones sociales de antaño eran muy distintas a los de nuestro tiempo. Los ricos en aquel tiempo lo eran en su mayoría por herencias de familia, y jamás un hombre con un trabajo humilde podía alcanzar un buen estatus y mucho menos los pobres. Hoy estas situaciones pueden revertirse. Lo cierto es que, el dinero sumado al poder, termina por engañar el corazón del hombre y lo puede llevar a considerar que eso determina su felicidad y estabilidad. La gran lección de este evangelio es la advertencia a situarse convenientemente ante los bienes de este mundo. La vida es frágil, se nos puede ir en un instante, y para qué tanto apego a las cosas de este mundo, ¿acaso te llevarás tu dinero cuando mueras? Aun con todo, es una gran tentación el dinero. Qué fácil cae uno ante la oportunidad de ser comprados por la riqueza. Podríamos llamar que estamos en la era de la despersonalización por el dinero. Ojalá ahora sí podamos entender que esta irresponsable búsqueda de acumular riqueza solo es “golpear al aire”, es decir, no te lleva a ninguna parte más que a tu mayor desgracia

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