Vamos avanzando en el año litúrgico y en este año la proclamación dela palabra de Dios corresponde al ciclo “C” en el cual los domingos del tiempo ordinario corresponde proclamar el evangelio según San Lucas.

En el evangelio de esta semana el Señor Jesús aparece enviando a un grupo de setenta y dos discípulos a los pueblos y lugares adonde piensa ir Él, pero al enviarlos los envía de dos en dos para que entre ellos se den ánimo mutuamente por el camino y así lleguen a cumplir la misión que les envía a realizar.

Pero al enviarlos el Señor Jesús toma la precaución de darles a conocer una serie de actitudes que deben tener presente los enviados durante el encuentro con los hermanos a los que son enviados.

Siete son estas actitudes que los enviados deben guardar:

1.- Rogar al dueño de la mies: porque la cosecha es abundante y se necesita muchos obreros para recoger la cosecha. Tener presente que lo que se pide son cosechadores no sembradores, pues quien siembra la palabra es el Señor mismo. La primera actitud tiene como fin estar en constante oración delante de Dios para rogarle que siga suscitando nuevas vocaciones.

2.- Ponerse pronto y sin demora en el camino: aunque la misión tiene sus propios peligros, que estos peligros no los detengan ni tampoco las dificultades, ya que lo importante es cumplir la misión encomendada. No llevar nada para el camino es expresión de confianza en aquel que envía, y conciencia de quién es el que envía.

3.- Llevar la paz a los que moran la casa: saberse enviados por el Señor Jesús para llevar la paz de aquel que los envía y cuya paz ellos mismos somos portadores de esa paz por ser gente de paz.

4.- Quedarse en la misma casa: implica participar de la misma suerte de los miembros de la familia que habitan ese hogar, comer, beber lo mismo que ellos. Al ser enviados, no supone adquirir privilegios frente a los que van a encontrar, por el contrario, es participar de la vida de la gente con la que ellos se van a encontrar. Saberse portadores de buenas noticias para la casa que visitan y los que la habitan por lo que no deben estar cambiando de casa.

5.- Si los reciben bien, coman lo que les pongan y curen a sus enfermos: nuevamente aparece el indicativo de comer lo que les pongan, es una manera de hacerse iguales y de conocer en carne propia lo que supone a veces las carencias de los hermanos y que los lleva a buscar maneras de ayudarles a que encuentren caminos para que puedan salir de la condición en que se encuentran y es por eso que la misión también supone hacerles el bien que está en sus manos.

6.- Si no los reciben, de todas maneras, anúncienles que el reino de Dios está cerca: en cuanto como enviados se saben que son portadores de BUENAS NOTICIAS, no deben olvidar cual es la misión pues corren el peligro de convertirse en anunciadores de MALAS NOTICIAS y en vez de bendecir terminen haciendo lo contrario. Ayudar al hermano a reconocer su propia situación de vida para que de ahí se empiece a caminar hacia la conversión es también una BUENA NOTICIA y por eso el gesto de sacudir el polvo de los pies, no como acusación sino como signo de ayuda a que caigan en cuenta que renuncian a escuchar una BUENA NOTICIA que es la cercanía del reino de Dios.

7.- Las decisiones tomadas tienen su consecuencia: le corresponde al Señor hacer de juez de los actos de cada uno y a cada quien le corresponderá según su apertura o rechazo a la BUENA NOTICIA que consiste en aceptar que Dios en su gran amor y misericordia busca salvarnos a todos y que por eso ha enviado a su Hijo Jesús quien por amor a todos, entrega su vida para salvación de todos.

Como consecuencia de realizar la misión que se les ha encomendado los enviados descubren que eso les provoca alegría, aunque no saben a ciencia cierta de donde nace y entonces asumen que es por haber podido someter a los demonios por la potestad recibida. Pero es el mismo Señor quien se encarga en hacerles notar de donde nace esa alegría, es porque sus nombres están inscritos en el cielo y por lo tanto por haber hecho lo mandado ahora les toca ser ciudadanos del reino, destino definitivo del creyente.

Estar junto a aquel que los envía, en el lugar que Él mismo prepara para los suyos es lo que les corresponde a aquellos que habiendo sido primero llamados y luego enviados han realizado la voluntad del Señor.    

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