LA INSISTENCIA DE DIOS POR ENCONTRARSE CON EL SER HUMANO

El profeta Ezequiel, perteneciente a la familia sacerdotal, recibe el llamado de Dios en el tiempo mismo del exilio (cuando Israel fue deportado a Babilonia, s. VI a.C.). Esta terrible experiencia marcó el destino de Israel, pues tuvo que replantearse su vocación de pueblo elegido ante la derrota de los babilonios y en medio de esta terrible realidad, Dios suscitó la voz de este profeta para devolver la esperanza a un pueblo que se había enceguecido y obstinado en su pecado y echaba la culpa a Dios de lo que le había sucedido. Si antes la voz de los profetas había insistido en la prevención y advertencia – y obviamente no fueron escuchados -, ahora esta voz se abría paso para provocar el arrepentimiento y suscitar esperanza en el contexto de la decepción y el fracaso. Dios no quiere que Israel caiga en la confusión, y por eso la voz del profeta de Dios, enviado por Él, no callará, pero este tendrá que sufrir mucho hasta que sus hermanos dejen de resistirse y se abran a la misericordia de Dios.

Pablo, dentro de su apología (discurso de defensa) ante quienes lo acusan de que no es apóstol, da a conocer a los cristianos de Corinto, que su motivación para continuar en la misión no procede de deseos humanos sino de iniciativas de Dios. Él mismo se confronta para que no sean sus ansias las que dominen su vida sino la voluntad de Dios. De allí, que, en este fragmento, revele alguna dolencia o enfermedad (tendría que ser algo de la piel, pues parece que era notoria) que le representa una gran lucha interior, y lo atribuye a la argucia de Satanás, pero que no lo invita a decaer sino todo lo contrario, apoyado en la gracia de Dios le hace más fuerte para llevar adelante su empresa misionera. Una vez más para sorpresa de muchos, Pablo revela su alegría en medio de las debilidades y sufrimientos, de todo lo negativo que vive, porque entiende que hasta entre esas realidades complicadas de entender, hay un misterio oculto de esperanza que le renueva las fuerzas, porque su apostolado no procede de un deseo humano sino del impulso divino del Espíritu en él. ¿Quién podría haber dejado tanto para viajar por todo el mundo antiguo y llevar el evangelio como lo hizo este gran apóstol? Nadie presume de sus fracasos y penurias, y Pablo aquí ofrece un discurso memorable, porque es capaz de presentar su vida misionera llena de obstáculos y malestares como el camino señalado para dar gloria a Dios. Por eso, se puede entender la revelación de Dios a Pablo: “Te basta mi gracia”, la fuerza se manifiesta en la debilidad”.

Uno de los conflictos más notorios que señala el evangelio de Marcos en la primera parte del ministerio de Jesús, es la poca aceptación de sus familiares y coterráneos galileos a lo que venía realizando en la región. Obviamente, las expectativas de la llegada de un Mesías estaban latentes, pero para estos, les resultaba poco probable que un “artesano” de Nazaret con quien habían crecido sería el elegido por Dios para algo tan trascendental. No parece raro que se hubiese dado esta desconfianza en él convirtiéndose en las habladurías de sus vecinos y conocidos. Ahora bien, este evangelio fue escrito mucho tiempo después de la muerte y resurrección de Jesús. ¿Por qué esta insistencia de citarlos de esta forma a la llamada “familia de Jesús”? Muchos estudiosos nos hablan que aquellos que llegaron a la primitiva comunidad de Jerusalén como Santiago, el hermano del Señor y Judas hermano de Santiago, luego de los acontecimientos pascuales, se convencieron de que Jesús era el Hijo de Dios, y quizá un sector de cristianos, como los que representaban el evangelista Marcos,

sentía que pudiera esto llevar a una especie de conflicto comunitario. ¿Quién puede ser el verdadero discípulo de Jesús: un familiar suyo o alguien que decide dejarlo todo para seguirlo? ¿Quién realmente era la “familia de Jesús”? Pues la óptica del evangelista y de muchos cristianos sería asegurar que el discipulado no dependía de posibles lazos de sangre o de vecindad, sino de fidelidad al seguimiento de Cristo.

Este sería un buen punto de reflexión: ¿me siento “conforme” con ser bautizado? ¿Eso me basta para decir que soy verdaderamente católico o creyente? Nuestro ser discípulo nos invita a ponernos en acción no a sentirnos seguros de una condición. Quizá tendríamos que sintonizar con Pablo y ver que, en nuestras supuestas debilidades, vista así por los hombres, se manifiesta la verdadera fuerza de Dios. Y, además, Dios no se cansará de alzar la voz de los profetas para que salgamos de nuestra rebeldía, y nos inste a confiar más en Él, incluso cuando pensemos que todo va en contra nuestra. Se hace cada vez más cierta esta frase: hoy, no basta con ser creyentes, tenemos que ser creíbles.

Leave Comment