SÉ GENEROSO CON EL FORASTERO

La liturgia de este domingo nos habla sobre una “ley” o mejor, una costumbre hecha ley en el Mundo de Oriente Antiguo, que es la ley de hospitalidad. El ritmo de la vida de ciudad ha ido ahogando esta famosa impronta en la gente, aunque tampoco se puede negar que somos buenos anfitriones cuando recibimos a nuestros invitados en casa. La Biblia está llena de pasajes sobre este asunto, sea desde las faltas graves contra esta costumbre (caso del engaño de Abraham a los egipcios pensando que no la cumplirían: Gn 12,10ss; caso de los habitantes de Sodoma: Gn 19,1ss) hasta las mejores expresiones de la misma (caso de Abraham con los hombres viajeros: Gn 18; o el caso de Jetro con Moisés: Ex 2,16ss). La idea, sin duda, es que Israel debe practicarla como lo hacían los demás pueblos, Todos de alguna forma experimentarían ser forasteros, y sabían que no iban a pasar necesidad alguna porque siempre habría corazones generosos que abrirían las puertas de sus tiendas para satisfacer el cansancio del viaje y el hambre por el largo camino. De alguna forma, era retributiva esta ley de hospitalidad. Para mejor entendimiento, era asumir un famoso refrán: “hoy por ti, mañana por mí”. Pero, a su vez, esta costumbre popular tenía un sentido religioso muy fuerte, aunque nos suene más en nuestro tiempo a una especie de superstición: Dios puede comunicarnos buenas nuevas en la palabra del forastero recibido. A esto, sobre todo para Israel, fue muy importante añadir la reflexión acerca de su origen: Israel vivió como forastero por muchos años hasta que pudieron asentarse en la tierra prometida, entregada por Dios para ellos. Por tanto, Israel no podía olvidar jamás su pasado, cómo pasó la necesidad de comer y beber, y una forma de hacerles recordar este origen era la responsabilidad de atender siempre a todo forastero o viajero que pasasen cerca de sus tiendas, y luego, casas.

En la primera lectura, se anima a seguir manteniendo esta sana costumbre con la historia de Eliseo que ante la hospitalidad de la mujer sunamita (no era del pueblo de Israel) le promete una buena noticia: el nacimiento de un hijo en medio de la imposibilidad de tenerlo. Es un eco del relato del anuncio del nacimiento de Isaac (Gn 18). Es evidente, que no buscamos ser buenos para un reconocimiento público, pero Dios en su infinita bondad sabe premiar con lo que más necesitamos tanta generosidad y hospitalidad. No es cuestión de condicionar, sino de saber esperar y ser agradecidos a Dios con los que nos pueda otorgar ante tanta cordialidad. Jesús mismo fue forastero en esta tierra, Él ha venido del Padre, se ha hecho uno de nosotros, y se ha presentado a la entrada de nuestra tienda. ¿Le has abierto tu corazón? ¿Le acogiste sin miramientos? ¿Acaso no esperas una buena noticia de Él?

El evangelio nos propone la radicalidad del seguimiento de Cristo, aunque nos suene algo contradictorio. Para la naciente comunidad, era quizá muy duro el caso de muchos que por asumir la fe cristiana debían posponer el amor a su familia, no porque no deban quererlos o disminuir su amor por ellos porque han decidido amar a Dios. La idea no es restar del amor a tu padre o a tu madre o a tu hijo para dárselo

a Dios. Son distintas formas de expresar el amor y todas son válidas. El problema que vive la comunidad cristiana primitiva es el contexto en que una familia se divide por la confesión de fe, la hostilidad dentro de la propia familia (incluso, “perder la vida”). Obviamente, un cristiano no debería ser causa de división para su familia, pero, si su fe lo lleva a ser marginado y hostilizado, pues deberá mantenerse firme en ella, y confiar que su familia en un determinado momento comprenda que confesarla, no es señal de oposición a la familia, sino todo lo contrario. Pero tenían que aprender a superar este obstáculo y para ello debían sentirse partícipes de una nueva dimensión familiar que los pudiera sostener en tales circunstancias: la de los cristianos. De allí, la importancia de acoger a los misioneros, profetas y justos con mucho afán y entusiasmo. La recompensa de la que se habla vuelve a subrayar la eficacia de un acto hospitalario, del cual se desprenderá una generosidad mayor, la que otorga Dios.

La segunda lectura tomada de la exhortación de Pablo a los romanos nos habla de la importancia de haber sido bautizados en Cristo. Este rito de iniciación nos vincula en el misterio de la muerte y resurrección del Señor y por tanto experimentamos la propia salvación obrada generosamente por Jesús. Es preciso por tanto morir al pecado para resucitar con Cristo a una vida eterna y esto ya se hace realidad en el presente de nuestra historia. Su sacrificio redentor fue de una vez para siempre, por lo que la eficacia de este misterio de amor es real y actual en la vida del creyente bautizado, quien ha muerto al pecado y vive, entonces, para Dios. Es sorprendente cómo ya desde los inicios de la comunidad cristiana Pablo tiene una visión clara del efecto espiritual del bautismo en el creyente. Esto se convierte en una buena noticia para todo creyente que jamás debe sentirse solo, sino siempre apoyado por su comunidad, la comunidad de los redimidos por Cristo.

Quizá no tengamos la oportunidad tan seguida de abrir la puerta a algún viajero, a excepción de la zona rural o de los pueblos lejanos donde aún se practica y mucho, pero sí vamos a tener la ocasión de tratar a mucha gente que no conocemos, ¿no podríamos ser un poco más amables? ¿no deberíamos ser un poco más sociables y generosos con ellos? Este mundo necesita más generosidad y afabilidad que gritos e insultos. ¿Podemos intentarlo?

El Sal 88 es una larga composición mixta que lleva un himno a Dios y un oráculo mesiánico. Este domingo solo se nos propone la primera parte. Es obvio que, cuando nos sucede algo bueno – y ahora más con el tema de las redes sociales – solemos compartirlo con los nuestros y demás personas, porque creemos que puede ser un mensaje de aliento para los demás. El salmista deja constancia de eso para las futuras generaciones y expresa su júbilo ante una buena nueva que ha recibido y que entiende solo puede venir de su Dios. “Anunciaré tu fidelidad por todas las edades”; “dichoso el pueblo que sabe aclamarte”. Hoy hace falta escuchar buenas nuevas, quizá podamos nosotros propiciarlas, ¿no crees que tu generosidad no puede significar una buena noticia de esperanza para el que lo necesita?

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