Hermanos:

La Iglesia nos enseña que cada persona nace con una vocación. Vocación es aquello para lo que una persona es creada, la finalidad de su vida. Esta vocación nos la da Dios desde el momento en que nos crea. Y existe una relación muy estrecha entre la vocación y la felicidad de la persona: cuando una persona hace con su vida aquello para lo que fue creada, es decir, realiza su vocación, su vida será plena y feliz, será una vida realizada, con sentido; por el contrario, todos aquellos que conducen su vida por caminos contrarios a su vocación experimentan una sensación de fracaso y frustración producto de haber hecho con su vida algo distinto de aquello para lo que fueron creados. Sabiendo, pues, que cada persona ya tiene una vocación, y que de la realización de ella depende su felicidad, resulta imperativo, en primer lugar, descubrir cuál es esa vocación que Dios le ha dado; una vez que se ha descubierto (empresa nada fácil, por cierto), viene un segundo momento, quizá más duro que el primero: decidirse por realizarla.

La lectura de este domingo nos presenta a Jesús tomando una decisión importante en su vida: “Cuando se acercaba el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9,51). Ir a Jerusalén significaba para él la realización de su vocación, el culmen de aquella misión que le había dado el Padre y por la que se había encarnado, pero a la vez significaba el dolor y la muerte. Una persona débil, que no sabe tomar decisiones firmes, fácilmente se hubiese desalentado ante la misma situación que le iba tocar vivir a Jesús. Pero él no. Su decisión fue firme, tan firme como su deseo de ver su vida realizada por el cumplimiento de aquello por lo que se había hecho hombre. Y aquí está la clave para entender por qué Jesús llevó siempre una vida feliz a pesar de que terminó en una cruz: la decisión firme de seguir su vocación a pesar de todo, incluso del dolor y de la muerte.

Así como Jesús, muchas otras personas también tuvieron que tomar la decisión firme de dedicar su vida a realizar su vocación. Los apóstoles, por ejemplo. Ellos decidieron dejar la vida que habían construido por ir en busca de su felicidad. Y también a ellos esta decisión les trajo dificultades: estar lejos de su familia, dejar trabajo y bienes, estar expuestos a los agravios y a la muerte. Sin embargo, se mantuvieron firmes, al igual que Jesús, incluso con las dificultades. Hubo otros, en cambio, que descubrieron su vocación, pero la decisión de seguirla no fue tan firme. El mismo evangelio nos pone algunos ejemplos. Se nos habla, para empezar, de una persona quiso seguir a Jesús, quizá con la intención de asegurarse la vida viviendo con alguien que podía hacer milagros y satisfacer sus necesidades. No era, pues, una decisión capaz de soportar las dificultades propias del seguimiento a Jesús y menos de la propia vocación. Por eso Jesús le hace ver su error: “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Lc 9,58). Era una forma de decirle a esta persona que la decisión de seguir la vocación no trae seguridades instantáneas, más bien esfuerzo y sacrificio; la felicidad viene después, cuando la vida se realice en aquello para lo que fue hecha.

En el evangelio aparecen otras personas a las que Jesús les ayuda a encontrar su vocación. Estas personas tampoco tuvieron una decisión firme de emprender la realización de la misma. Quizá el miedo les hacía iniciar el viaje hacia la realización de su vocación a medias, con un pie en la vida nueva y con el otro en la vida que no querían dejar: “Jesús le dijo a otro: “Sígueme”. Pero él respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”… Otro le dijo: “Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa”.” (Lc 9,59.61). Nuevamente vemos aquí cómo las dificultades propias de una vocación que se va realizando suelen acobardar a algunos. Las decisiones a medias no existen, eso es lo que intenta decir Jesús con las siguientes frases: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios… El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios” (Lc 9,60.62).

Como vemos, si la vida entera se basa en una toma constante de decisiones. Se tratan de decisiones que pueden encaminarnos hacia la verdadera felicidad, aquella que es consecuencia de una vida ubicada en aquello para lo que fue hecha, es decir, de una vocación encontrada y realizada. Para encontrar esa felicidad, las decisiones que se tomen deben ser firmes. Y si notamos que en el evangelio de este domingo la vocación está muy relacionada al seguimiento de Jesús, es porque la primera vocación a la que todos estamos llamados es a ser hijos de Dios, discípulos de Jesús, evangelizadores como él. A partir de esta vocación general, los estilos de vida que ayuden a desarrollarla pueden variar dependiendo de lo que Dios haya puesto en nosotros.

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