UNA LLAMADA QUE EXIGE UNA RESPUESTA EN LIBERTAD

Los relatos vocacionales que encontramos en la Sagrada Escritura son muy ilustrativos y muy diversos. No siempre la respuesta del vocacionado es inmediata y, otras tantas, hasta muestran la resistencia al llamado. La crisis del profeta Elías que nos narra el primer libro de los Reyes desemboca en una renovación de su vocación, pero a su vez una lección para él mismo, ya que aquel que se sentía tan seguro de sí mismo, ahora debía buscar a su sucesor. Elías discierne ahora que su misión era importante, más su presencia no es indispensable. Dios es el que lleva adelante su designio y elige a quien quiere. De esta forma, se dirige a Eliseo, que estaba trabajando en el campo; y le pone su manto encima de él. Aquel manto que obró portentos ahora pasaba en propiedad a Eliseo. Más, Eliseo pide a Elías que le permita despedirse de los suyos. Al concedérselo, Eliseo se desprende de aquello que le pertenecía, lo ofrece a sus trabajadores y se despide de los suyos. Luego, se encamina y se pone al servicio de Elías. Estamos ante una historia de signos que hablan de quién es verdaderamente el que elige y llama, de la conciencia de quitar los obstáculos para asumir plenamente un nuevo estilo de vida y de la libertad de quien acoge el llamado. Pablo, en esta carta a los gálatas, expresa vivamente su posición acerca de la evangelización entre los paganos. Ante lo dicho, acerca de la importancia de la fe en Cristo que permite a cualquier gentil a acoger la salvación, deja de lado la propuesta de los judaizantes de exigirles a los paganos que se hagan primero judíos para luego ser discípulos de Jesús. Asumir este último camino es volver a vivir bajo el yugo de la esclavitud. Más el camino de la fe en Cristo permite vivir bajo la nueva ley, la del amor, la que te lleva a ser verdaderamente libre. Por tanto, ya no miras por medio de la ley la fatalidad de tu pecado, sino más bien, desde la práctica del amor la posibilidad de refrenar tus pasiones dejándote guiar por la fuerza del Espíritu. De esta forma, la lucha interior del ser humano ahora tiene una nueva perspectiva: la gracia del Espíritu que hace posible una vida plena que no se sustenta desde la Ley sino desde la gracia. El evangelio de Lucas que leeremos hoy, abre la gran sección del camino hacia Jerusalén. Para dirigirse de Galilea a Jerusalén deben pasar por las aldeas de Samaria. Ya todos sabemos de los problemas que existían entre judíos y samaritanos, y el autor relata la falta de hospitalidad para Jesús y sus compañeros por ser judíos. La reacción de Santiago y Juan es inconcebible para Jesús. El poder delegado en ellos no puede ser sino para servir. La corrección es necesaria, pues el rechazo al evangelio está en las probabilidades de reacción de los oyentes; es una propuesta no una imposición. Esto da pie, para una narración vocacional. Las exigencias deben subrayarse aun más ante lo sucedido anteriormente. Dos hombres toman la iniciativa y quieren seguir a Jesús. Para otro, es Jesús el que hace la invitación de seguirlo. En las tres situaciones se expresa claramente la exigencia que conlleva seguir a Jesús, y hacerlo no se equipara en nada a las respuestas vocacionales del AT, condescendientes con algunas condiciones de los vocacionados. Jesús les promete que no habrá descanso ni pasividad; que deben ser capaces de posponer a los suyos y sus realidades terrenales por una misión que está llamada a trascender el tiempo y el espacio; que al asumir libremente este llamado no deben poner obstáculos que demoren la inminente irrupción del Reino de Dios, puestas ya las manos en el arado del trabajo evangelizador. Asumir en fidelidad una tarea exige ser consecuente con la responsabilidad asumida. Toda empresa humana conlleva riesgos y oportunidades, éxitos y fracasos, decisión y responsabilidad. Pero la constancia permite perseverar en el objetivo trazado y eso no se logra sin disciplina y exigencias que se deben aplicar personalmente. Pues en las cosas de Dios, no se difiere mucho. Seguir a Jesús reviste de una gran responsabilidad, y las cosas son tal cual se presentan aquí: o se sigue a Jesús o no se le sigue. Al poner la mano en el arado no vale mirar para atrás, porque sino el surco se estropeará y con ello el campo que debe producir el fruto esperado. La firmeza de llevar el arado se debe conjugar con la mirada al frente y, aunque puedan presentarse diversidad de obstáculos o demoras, la misión está trazada y se necesita la libertad de quien decide seguir a Jesús. Ante lo dicho, solo nos queda exclamar con el salmista: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha, no vacilaré”.

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