Hoy el evangelio nos presenta dos escenas duras desde el punto de vista humano: en primer lugar, la desesperación de un padre que presiente la muerte cercana de su hija de doce años. Para los padres no existe mayor dolor que ver morir a un hijo y, siendo éste todavía adolescente, el sufrimiento se multiplica. No resulta extraño, entonces, que Jairo, el padre de la criatura, recurriera con insistencia a suplicar a Jesús que curara a su niña.

En simultáneo con esta experiencia también al Señor lo llaman para que cure a una mujer que sufre flujos de sangre. Esta enfermedad, en la mentalidad de entonces, se interpretaba como que quien la padecía había pecado contra el Señor, cometiendo impurezas. La mujer además sufría marginación y desprecio y Jesús, al curarla, la integra a la sociedad, le perdona sus pecados y la llena de paz.

En la actuación salvadora de Jesús destaca la discreción, lo hace con humildad y sencillez. Actúa así con naturalidad, comprensión y cercanía porque Dios es la vida y quiere que todos se sientan felices, liberados de la discriminación social y del dolor físico. Sanando a una mujer legalmente marginada por impura rompe las barreras de la hipocresía y de la mentira y reivindica la autenticidad y la liberación integral de la persona que sufre y es marginada. Jesús aparece como el único médico capaz de otorgar al ser humano su genuina dignidad, la vida verdadera, la tranquilidad futura para sí misma y para los suyos.

Al resucitar a la hija de Jairo de muestra que es capaz de dar la vida incluso desde la misma muerte. Anticipa el sentido de su propia resurrección que es solidaria y vinculante ya que todos resucitaremos con Él en la eternidad.

Jesús realiza todos los signos o milagros que nos describen los evangelios desde la fe. La fe libera y da vida. Hoy también cada uno de nosotros deberemos analizar qué situaciones esclavizan y cómo podemos aportar nuestro granito de arena para superarlas. Específicamente en el contexto de las mujeres todavía hay muchos signos de violencia, maltratos, exclusión que deberemos mejorar para ponernos en sintonía con la actuación de Jesús.

El proceso de la fe en el seguimiento de Jesús es dinámico, progresivo, hasta alcanzar la plenitud de la adhesión a su propia persona. Los dos ejemplos referidos, la hija de Jairo y la mujer enferma se aproximan a Jesús venciendo los temores, superando las dudas y los obstáculos y se ven recompensadas con la curación integral.

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