¡ESTÉN ATENTOS, YA VIENE EL HIJO DEL HOMBRE!

Iniciamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento, preparándonos para la venida del Salvador, tanto su segunda venida en gloria que aguardamos del presente hacia el futuro, como la memoria del nacimiento de Jesús sucedido hace más de dos siglos, manteniendo la esperanza, pero en clave del presente al pasado.

La profecía de Isaías que escucharemos en la primera proclamación corresponde al llamado “Tercer Isaías”, que algunos autores lo ubican en el tiempo posterior al exilio y casi cercano incluso a los tiempos de la invasión griega (s. III-II a.C.). Justamente, una constante de estos oráculos es el recordatorio, el hacer memoria. El pueblo judío no debe olvidar las acciones de Dios a su favor. Las épocas de crisis le hicieron volver a Dios, pero una vez superadas las adversidades, Israel confiaba más en sí mismo y se alejaba de su fe. El profeta quiere ser enfático en presentar a Dios como “padre” (llega a decir en el v. 16 que ni Abraham e Israel quiere reconócelo como su hijo), y por ello se le invoca como el “Redentor”, el rescatador familiar, pues nadie parece asumir la paternidad de Israel. Ante las desdichas vividas siempre surge la pregunta por el por qué. La asociación con la moralidad es inevitable, y el pueblo judío se pregunta por la permisividad de Dios en sus desventuras. No queda más que desear que Dios tome partido una vez más por su pueblo, un pueblo duro y difícil, pero que tiene un Dios que lo perdona a pesar de sus infidelidades. Dios no necesitaba más que dejar que Israel toque fondo, para que se acordase de su Dios, que como buen padre ofrece una lección para su arrepentimiento. La confianza debe ser cierta, pues Israel se ve como una vasija de barro hecha por el alfarero Dios, y Dios no la va dejar de lado porque la “formó” portentosamente.

El Sal 79 evoca el poder de Dios que pastorea a su pueblo y busca restaurarlo renovando su relación con él. Puede que sea un salmo ante la posible invasión de un pueblo enemigo. El ejemplo de la viña es bastante frecuente en la Biblia para hablar de Israel y la correcta atención de su dueño, Dios, que la cuida, pero a su vez exige los frutos a su tiempo, su fidelidad. Israel solo puede pedir que Dios revele su rostro, signo de la salvación que ellos esperan, aunque sean indignos de recibir tal ayuda. Es un tema de confianza.

Pablo ofrece su acción de gracias al inicio de esta primera carta a los corintios, una carta repleta de problemas comunitarios que Pablo deberá intervenir con sus consejos, mandatos y sugerencias. Para ganar la atención de sus destinatarios, comienza con la clásica “captatio benevolente” (parte primera de un discurso retórico), ensalzando a los corintios por todo lo que demuestran, sobre todo, la práctica de los dones espirituales (uno de los temas que tratará en su carta), aguardando así la venida del Señor. Quizá lo más interesante de esta acción de gracias, es el final, donde anticipa el mensaje central que quiere comunicar: la “comunión” que debe reinar entre ellos, a la que han sido llamados por Dios en Cristo Jesús.

El autor del evangelio más antiguo, Marcos, inserta en su obra un discurso de tipo apocalíptico en el cap. 13. Esto solo se puede entender, pues este evangelio se compuso en el contexto de la llamada “Guerra Judía” de la década del 60 del primer siglo d.C. Las legiones romanas emprendieron un viaje para unirse a las que estaban en esta región de Palestina para poder sofocar la revuelta de los judíos. Muchos judíos se unieron a la resistencia, mientras que otros tuvieron que huir de Jerusalén, sobre todo, y entre ellos los seguidores de Jesús. Sin duda, fue una época de mucha tensión y expectativa sino sería el momento en que Jesús retornaría y restauraría el orden con un nuevo reinado y su Mesías, anhelado en las profecías que recorrían los oídos de los insurgentes. Esta es la oportunidad para que el evangelista advierta que la venida de Jesús no dependería de un acontecimiento terrenal, sino de la infinita voluntad de Dios que enviaría a su Mesías, pero se coge de la figura apocalíptica más bien del libro de Daniel: el Hijo del hombre. Por eso la insistencia de que ningún ser humano puede saber el día ni la hora de aquella manifestación de quien restaurará, no tanto ya un reino terrenal, sino la verdadera constitución del ser humano, criatura de Dios, hijo de Dios. Así, la insistencia está en el estar preparados, en no vacilar, en no descuidarse, en no quedarse dormidos.

Iniciamos este tiempo de adviento en el contexto difícil de esta pandemia y de esta crisis mundial. Parece que esto nos está desgastando mucho en nuestra fe, pero surge una vez más la voz del profeta: “Recuerda….”, es preciso evocar el pasado, las veces en que supimos confiar en Dios y superamos la adversidad con su apoyo y su gracia. No perdamos el deseo de invocar a Dios como Padre, pase lo que pase, quizá como los corintios de aquel tiempo, necesitamos revisar más nuestra vida comunitaria que nuestra individualidad, puede que sea una clave espiritual que no siempre le hemos prestado atención. Finalmente, el evocar el pasado, nos debe llevar a afianzar nuestro presente en vistas de ese futuro promisorio que está acompañado de una promesa: la segunda venida del Señor en gloria. No nos debería preocupar tanto en el día y la hora, eso es tema de Dios, sino en estar preparados y prevenidos, despiertos y en vigilia. Ya viene el Hijo del hombre, lo aguardamos, queremos descubrir ese rostro del hombre que se ha ensombrecido por el pecado, y que solo puede notarse si vemos cómo se refleja el rostro de Dios en él. Buen camino de adviento

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