50 AÑOS DE VIDA SACERDOTAL Y MISIONERA – VII

VII

CAMINO  DE  LOMO  APOLINARIO

“Eternamente cantaré los favores

del Señor. Proclamaré su fidelidad

de generación en generación” (salmo 89)

De vuelta a casa, madre, sin sentirse contrariada, me dio la impresión de que no le agradó mucho la idea de Don Juan, de llevar a su  hijo a los Padres Paúles. Después de todo el colegio de Sarmiento era bueno y Manolo había hecho muchos adelantos. ¡Hijo!, mejor sigues en el Puerto, tú no vas a cambiar.

          Pero, ¿qué pasó? Aquella noche la almohada le hizo pensar lo contrario. Y mientras Manolo tomó la guagua para ir a su colegio, ella tomó el camino a pie hacia el Lomo Apolinario. Habló con el P. Bienvenido Pampliega y aquel digno hijo de S. Vicente se comprometió amablemente a preparar al muchacho para el seminario. Cuando llegó Manolo, la rabieta fue tremenda: adiós a mi guagua, adiós a mis amigos, adiós a mis correrías por el muelle, para ver llegar y salir a los barcos… ¡Qué divertido era aquello! Ahora a caminar solo todos los días de lomo en lomo. No había más que hacer, fue una gran lección, hay que aguantar mucho para llegar a ser cura.

          Cuando apenas llevaba ocho días de ir y venir por aquellos tortuosos y polvorientos caminos con mis libros bajo el brazo, me llamó mi madre para decirme: ya ves cómo tu madre no se equivoca. La madre de Fermín también sacó a su hijo del colegio Sarmiento y desde la semana próxima te acompañará a Las Rehoyas. Ya Juanita habló con el P. Bienvenido. Fermín y Manolo. ¡Qué pareja! Juntos en el Cardón, juntos en el Sarmiento, juntos un año de acólito con Don Manuel Falcón y ahora juntos en el camino hacia el Lomo Apolinario, para prepararse juntos para el seminario. Fermín era y ha sido siempre un tipo amable y transparente por naturaleza, con el sentido del humor a flor de labios. A Manolo solamente le hacía falta alguien que le contagiara, para pasarlo en grande, sintonizaba perfectamente con Fermín.

          Nueve meses de idas y venidas, recorriendo aquellos cuatro o cinco kilómetros de Las Perreras al Lomo Apolinario. Naturalmente aprovechamos aquellas horas de caminata para repasar las tareas que nos había impuesto el profesor P. Bienvenido, pero entre col y col… lechuga. Nos dábamos tiempo para divertirnos a nuestra manera. A veces nos parábamos como unos bobos, riéndonos a mandíbula batiente. Luego corríamos como unos atletas para llegar puntuales a clase. El P. Pampliega era en este sentido muy complaciente y amable, brindándonos siempre una gran amistad.

          En aquellos meses nos enriquecimos mucho mutuamente para llevar a cabo los designios amorosos del Señor. Tuvo mucho que ver aquel digno hijo de San Vicente que, en la gran Misión de Melilla, año 49, una pulmonía se lo llevó al cielo de la noche a la mañana, cuando apenas tenía unos cuarenta años de vida. Los fieles vieron en él a un santo y todavía le llevan flores a su tumba. La alegría de aquellos 35 futuros misioneros paúles en aquella Escuela Apostólica (así se llamaba en aquella época a los seminarios menores de los Padres Paúles) nos contagió a los dos. Fermín parecía el más animado a cambiar de rumbo. Manolo fiel a su modo de ser, lo tomó con tranquilidad. Al final el Señor, dueño del campo, distribuyó a los obreros según su beneplácito: Fermín al seminario diocesano, Manolo, a las filas de los hijos del santo de la Caridad.

          Nos dimos la mano, nos prometimos oraciones y nos deseamos mucha suerte. Fermín no perdió nunca su espíritu misionero, fue misionero de verdad: primero, con su gran preparación y piedad en el seminario y luego con sus éxitos pastorales en nuestra querida diócesis de Las Palmas. En sus cartas y en sus conversaciones he visto siempre reflejado su entusiasmo misionero, caminando junto a su amigo Manolo, y sobre todo, de sus hermanos María, la misionera vicentina, y Jesús, el gran misionero de Bolivia, en las filas de los hijos de San Francisco de Asís. Quiso el Señor que Fermín y Manolo se ordenaran el mismo año 52, con la diferencia de mes y medio: Fermín el 27 de Julio y Manolo el 14 de Setiembre. Y juntos le ofreciéramos  al Señor nuestro año jubilar 2002, como si fuera un himno de alabanza y acción de gracias por la perseverancia y tantos dones recibidos, mientras nos acogemos llenos de esperanza en sus manos de Padre, que pasa por alto nuestras debilidades humanas y nuestros pecados de omisión.

          Cuando yo me decidí a decir en casa que quería quedarme en Las Rehoyas para ser misionero vicentino, me temía que me iban a sacar aquello…, ¿Y la beca que dejó Pedro en el seminario? Nada de eso, mi madre siempre espontánea exclamó: “¡Mi hijo! donde Dios te llame. Mejor, de cura párroco vas a tener más responsabilidades, los religiosos están más libres y desprendidos de todo, y menos cuenta tiene que dar a Dios”. En los últimos días de setiembre del cuarenta ingresaba al seminario menor de los Paúles. Aquí se impone algo de historia: Los Padres Paúles llegaron a Gran Canaria en la última década del año 1,800. Fijaron su residencia los primeros misioneros en una casita en las cercanías de la catedral. Comenzaron a recorrer nuestra isla y las de Lanzarote y Fuerteventura, misionando con el mismo espíritu vicentino que lo hicieron el Venerable Mons. Codina y su compañero san Antonio María Claret. El primero era hijo de San Vicente y el segundo había bebido en la misma fuente el carisma vicentino, que luego impondría a su nueva Congregación, los Padres Claretianos del Corazón de María.

          Quiso la Divina Providencia que los primeros misioneros encontraran en su camino a una distinguida dama, Dña. Pino Apolinario, que vivía desde su juventud el carisma vicentino. Si no ingresó a la Compañía de las Hijas de la Caridad, fue porque tenía como hija única, que cuidar de su padre anciano. Una vez que se vio libre y heredera única de la gran finca del Lomo Alto de Las Rehoyas, que desde entonces se llamó Lomo Apolinario: levantó un templo, una casa para los sacerdotes y un colegio, para la educación gratuita de los niños. No había colegio nacional en el lugar. Durante dos décadas largas muchos niños recibieron enseñanza primaria. Algunos venían de lejos, de Cuesta Blanca, Las Perreras, Las Torres,  Almatriche, etc. Jesús, Santiago y Pedro no tuvieron otro colegio y los tres menores de la familia allí recibieron igualmente los primeros rudimentos de la educación infantil. Hasta que el año 37 se convirtió (ya había colegio nacional en el lugar) en escuela apostólica y pasamos al colegio El Cardón.

Presencia de los Padres Paúles en Las Palmas - Congregación de la Misión,  Provincia de Zaragoza
Paúles en Lomo Apolinario

          Me fue muy fácil adaptarme a la vida del seminario. Conocía a todos los sacerdotes y alumnos. Tres fuimos los nuevos inquilinos, dos chicos de doce años y Socorrillo (así me bautizó cariñosamente el Padre Diosdado Sánchez) de catorce. Les llevaba una pequeña ventaja a mis dos compañeros, en la edad y en la preparación, hasta me di el lujo de ser su medio profesor en matemáticas. Con mi trabalenguas me di a conocer inmediatamente, hasta el punto que, al terminar el curso hubo un consejo particular de los sacerdotes para tratar las rarezas de Socorrillo. Podrá continuar en el seminario, ¿sí o no? El último en hablar fue el P. Diosdado, convirtiéndose en mi padrino cuando más lo necesitaba: “No sé en verdad lo que le pasa a este chico, lo que puedo asegurar es que es muy sincero, aunque parece que piensa una cosa y dice otra, dejándonos desconcertados. No podemos dudar de su capacidad  Prueba de ello son sus notas, sobresaliente en matemáticas e historia y buena en latín. ¿Por qué no darle una oportunidad más?

          ¡De la que me libré! Sin duda el Espíritu Santo sopló al oído de aquel buen sacerdote, que era mi gran amigo, confesor y director espiritual. El mismo me contó esta anécdota días antes de embarcarme para la Península. Luego, me animaría con sus cartas, que yo siempre le contestaba. En el día de mi ordenación viajó de Sevilla a Madrid, gracia que me concedió nuestro P. Provincial. Fue mi padrino de ordenación y primera misa. Seguí en el Perú con mi buena costumbre de escribirle por su cumpleaños y le visité en varias ocasiones durante mis vacaciones. Voló al cielo hace pocos años.           

¡Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya!

“Tus acciones, Señor, son mi alegría,

y mi júbilo, las obras de tus manos.

¡Qué magníficas son tus obras, Señor,

qué profundos tus designios!” (Salmo 91)

“El señor  nos ha dicho pidan y se os dará.

Ahora te pido para todos aquellas gracias

que hay dentro de mí. Eres mí

fuerza en la debilidad y confió en Ti”.

(San Vicente)

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