El amigo se va para quedarse

Cuando un amigo o un familiar se va, se muere, muchos sentimientos encontrados hay en nuestro corazón: tristeza, pena, llanto, impotencia, desesperanza, miedo, etc. Podemos hasta pensar: “ya nada tiene sentido sin Él-Ella”, “ya no es lo mismo sin ti”, etc.

Con todo esto nos preguntamos: ¿en quién ponemos nuestra esperanza?, ¿seguro que es en el autor de la Esperanza?, ¿seguro que es en Dios mismo?

Hay una llamada de atención que Dios hace en la primera lectura de hoy, por medio de unos ángeles: “¿por qué permanecen mirando al cielo?” (Hch.1,1-11). Nuestra vida tiene sentido cuando miramos a Jesús, pero también no olvidamos que estamos llamados a “ser testigos”. Un testigo es alguien que ha vivido algo con alguien, es aquella persona que recibe un mensaje verdadero para luego compartirlo con otros. Desde la óptima de este libro: testigos del resucitado, y que a veces eso nos falta. El mundo de hoy adolece de muchos hombres y mujeres testigos del Resucitado.

Ser instruidos por el Espíritu Santo, es todo un reto para aquel que quiere seguir, servir y proclamar al Señor con el fuego del Espíritu para que el mundo crea.

La promesa no es barata o de labios para afuera de parte de Jesús: “Yo les enviaré lo que mi Padre ha prometido” (Lc.24,46-53). Esta promesa es tan cierta que la prueba de ello es que la Iglesia nunca ha dejado de hablar de Dios, ya que el Espíritu Santo se ha encargado de asistirle en esa tarea misionera (Mc.16,15-20; Mt.28,16-20; 1Cor.9,16).

La Solemnidad de la Ascensión del Señor es para mirar hacia dónde estamos llamados, hacia dónde vamos, cuál es nuestro destino final, y cuál es la razón de nuestra esperanza.

Es cierto que duele la partida del “Amigo que nunca falla”. Pero Él se va para quedarse, y esa es una paradoja de fe que produce: gozo, paz, ganas de vivir y de anunciar su amor.

Hoy más que ayer, no puedo ni debo callarme ante el amor de Dios o ante las maravillas que Dios hace a cada momento. Estamos siempre a tiempo para esa tarea misionera.

Sabemos, una vez más, que hay muchos que viven como si no hubiera Dios, como si no hubiera mandamientos o parámetros éticos, asistimos a la tendencia de un nuevo orden mundial (una única moneda y/o economía, una única identificación personal, una única religión…), a la influencia de la nueva era en muchos ambientes (hasta eclesiales en algunos casos), por eso con más razón necesitamos escuchar y hacer nuestro el pedido de San Pablo: “el Padre les conceda espíritu de sabiduría y revelación para que comprendan cuál es la esperanza a la que los llama, la riqueza de gloria que da en herencia a todos los santos” (Ef.1,17-23).

¿Saben? El amigo se va para quedarse y así nosotros tenemos razones más que suficientes para hablar de Él (Hch.1,8; 4,20).

Con mi bendición.

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