SENTADOS JUNTOS ALREDEDOR DE LA MESA

Jesús sigue presente en medio de nuestra comunidad, no físicamente, sino bajo una presencia sacramental. La Eucaristía, por tanto, se convierte en la experiencia más sublime de la cercanía de Dios al hombre y nuestro acceso y comunión con Él. La comunidad cristiana entendió que la comensalidad, esa costumbre cotidiana de sentarse a la mesa, donde compartes con la familia y los amigos la alegría de la vida, era el mejor vehículo para hacer presente la memoria del momento de entrega total de Jesús por la salvación de los hombres. No es un misterio revelado a uno solo, sino a una comunidad. De allí, que el énfasis de las apariciones del resucitado gire en torno al fortalecimiento de la comunidad. Cuando la primitiva comunidad releyó los textos “fundacionales” del pueblo elegido, asumió la prefiguración de su existencia. La Ley de Dios fue entendida como una primera gracia, pero la presencia de Jesús y su entrega total se convertía en la Gracia mayor y plena. Así, el culto judío quedaba superado por la sangre de Cristo, desde la reflexión de la carta a los Hebreos, aunque manteniendo una línea de continuidad en la acción salvífica de Dios en la historia, desde la misma experiencia pascual del Éxodo hasta llegar al Gran Misterio Pascual de Cristo, hecho memoria por los cristianos en cada eucaristía que celebramos. El recuerdo de aquella Cena, momentos antes de su pasión y muerte, quedó grabado en el corazón de aquellos primeros testigos, quienes dejaron como tradición a las futuras generaciones que poco a poco fueron vinculándolo a una asamblea de comensalidad, de aquellos que se vieron motivados a asumir un estilo de vida como el de Jesús. No se puede entender la Eucaristía al margen de la Iglesia. Es verdad, que la expresión de adoración y piedad ayuda a respetar el Misterio eucarístico, pero la expresión plena de la Eucaristía es la expresión celebrativa de la comunidad en torno al Pan de vida. Te invito a que reflexiones desde esta perspectiva: ¿cuánto significa para ti la Eucaristía? ¿Crees que comulgamos porque nos merecemos ese premio? ¿Solo basta con comer el Cuerpo y Sangre de Cristo sin ninguna referencia a que celebramos juntos esta acción de gracias? ¿Crees que tienes conciencia cierta de por qué comulgamos? ¿Sabes que podemos correr el peligro de caer en una rutina de ritos vacíos si no hacemos vida la comunión eucarística? Sin duda, nadie “merece” recibir la comunión, nadie está suficientemente “limpio” para poder cobijar en su corazón al Misterio de amor, pero entramos en la fila de los pecadores que intentan luchar apoyados por la gracia de Dios contra el pecado procurando sintonizar con una fe eclesial que nos invita a confiar en un Dios de misericordia. Al tomar conciencia de lo que significa la Eucaristía, es preciso tomar conciencia de por qué comulgamos, y en esto ayuda el acompañamiento de los ministros de la Iglesia para las diversas ocasiones en que el creyente se enfrenta a la realidad del pecado, para así respetando el Misterio Eucarístico, entendamos que si bien es cierto pueda darse situaciones en que uno no pueda acceder a la comunión eucarística, jamás tales hermanos deben sentirse al margen de la comunión eclesial. Tanto más, aquellos que puedan acceder a la comunión eucarística, afirmen su fe y den testimonio en su vida de la realidad sacramental que llevan en sus corazones. Mediante un buen discernimiento, y un sano ejercicio de obrar en conciencia, entremos al diálogo con el Señor Jesús, presente en este regalo a la Iglesia, y que nos compromete, aún más, a ser testimonio de comunión y esperanza para nuestro mundo.

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