ESPÍRITU SANTO, MEDIADOR DE COMUNIÓN E IMPULSOR DE LA MISIÓN
Algunas consideraciones de entrada. Litúrgicamente, no celebramos la Fiesta del Espíritu Santo (aunque lo vamos a escuchar comentar tal vez), sino la conclusión del Tiempo Pascual. “Pentecostés”, propiamente, es el vocablo griego para señalar de una forma sencilla la conocida Fiesta judía de las Semanas (shavuot), pues al concluir las siete semanas después de Pascua, se celebraba esta fiesta de peregrinaje a Jerusalén, que al comienzo tuvo motivos agrícolas (primeros frutos), pero luego se instituyó como una solemnidad histórica celebrándose la entrega de la Ley dada en el Sinaí. Una última consideración, es que no hubo un solo descenso del Espíritu Santo sino repasemos en el libro de los Hechos y descubriremos las múltiples veces que éste bajó sobre los creyentes en Cristo, a lo que le podemos sumar que, según el evangelio de Juan, Jesús mismo fue quien sopló sobre ellos el Espíritu Santo en una de sus apariciones como resucitado (para este autor, los apóstoles debieron recibir la efusión del Espíritu inmediatamente después de su resurrección, Jn 20,22-23).
Los cristianos redefinieron muchos de los valores religiosos judíos y Pentecostés es un buen ejemplo de ello (como lo fue la Pascua, otra fiesta de origen judío). De esta forma, Pentecostés pasó a la tradición de la Iglesia como la inauguración de una nueva etapa en la historia de la salvación hecha narración: es el tiempo de la Iglesia, continuadora de la misión de Jesucristo hasta su segunda venida. Esta parece ser la propuesta de Lucas, siguiendo su evangelio y su obra de Hechos de los apóstoles. Pero los seguidores de Jesús no pueden cumplir su misión encomendada con sus motivaciones y fuerzas humanas, sino con la acción del Espíritu Santo que les ha sido entregado, el verdadero impulsor de la obra evangelizadora de la Iglesia. Por tanto, una nueva entrega se ha dado: el evangelio de la salvación para todos los hombres, y que gracias a la acción del Espíritu Santo que habita en los corazones de los discípulos de Jesús, puede ser entendido por todos los pueblos, cada uno en su lengua. El autor de Hechos ha visto por conveniente juntar un bloque secuencial interesante: efusión del Espíritu (Hch 2,1-13), discurso kerigmático apostólico en boca de Pedro (Hch 2,14-41), consecuencias de la recepción del Espíritu en la vida comunitaria (Hch 2,42-47).
Esto último se extiende a una reflexión que nos suscita la segunda lectura. Esta nueva presencia de Dios en la comunidad de cristianos ayuda a discernir la comunión que debe reinar a pesar de los diferentes contextos culturales como en el caso de la caótica ciudad de Corinto. Pablo se siente conmovido por cómo esta comunidad cristiana se hallaba dividida a pesar de su esfuerzo misionero inicial y también después de que fuera visitada por otros apóstoles y misioneros itinerantes. Pablo siente que su proyecto misionero no es entendido por otros misioneros judeocristianos y se ve en la necesidad de motivar al orden en esta comunidad confundida pero también expuesta a las ofertas de las religiones mistéricas (grupos religiosos sincretistas griegos con influencia del mundo oriental) que ofrecían
también “caminos de salvación”. Por eso Pablo, por medio de Tito, portador de la carta, confronta al exclusivismo judío con la apertura salvífica a todos los pueblos y no solo en ese sentido étnico sino también social (esclavos y libres; hombres y mujeres). Una nueva manera de vivir en comunidad desafía las singulares propuestas judeocristianas y otras más (como la de Apolo), y subraya el rol del Espíritu Santo como mediador de esta comunión y punto de equilibrio en el discernimiento de los dones y servicios en la comunidad.
En el caso del autor del cuarto evangelio, el “Paráclito” prometido es infundido por el mismo Cristo concediendo autoridad a la comunidad para perdonar pecados o retenerlos si es el caso. Por donde podamos verlo, la presencia de Dios en esta subsiguiente etapa de la historia salvífica se hace patente y se visibiliza en la vida de los discípulos de Jesús, a quienes se le reviste de una gran responsabilidad, y quienes están llamados a la misión de transmitir esta buena noticia a todos los hombres de la tierra. El perdón de Dios se ha hecho accesible por el sacrificio redentor de Cristo. Hoy entonaremos el Salmo 103 (104) que canta la alabanza al Dios Creador, y que invita al creyente a unirse al salmista que contempla agradecido la obra maravillosa salida de sus manos y cómo la conserva con amor.
Al concluir el Tiempo Pascual, renovamos una vez más nuestra vocación misionera que nos lleva a devolver la armonía de esta creación trastocada por el pecado y a invocar con entusiasmo y convicción la presencia del Espíritu Santo que viene a renovar justamente la faz de la tierra. Pero a su vez, no nos olvidemos que el mayor testimonio de la acción del Espíritu en la comunidad eclesial es la comunión en la diversidad que debe reinar en ella. Unámonos al salmista entonces: “¡Qué le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor!”.