Queridos amigos

“Espíritu Santo” es el nombre propio de la Tercera Persona de Dios Trinidad. El Padre y el Hijo son también e igualmente espíritu y santos, pero Espíritu Santo llamamos sólo a la Tercera Persona (Mt 28,19). En cuanto Persona procede del Padre y del Hijo, pero, por ser Divina, es tan eterna, todopoderosa, sabia, etc. como ellos. Tiene toda la fuerza del mundo y es la fuerza que lo mueve todo, pero no es una fuerza sino una Persona… Divina, a diferencia de nosotros que somos meras personas humanas.

¿Qué hace esta Persona Divina? Habría que preguntarse más bien qué no hace, pues lo hace todo. En Dios es quien une al Padre y al Hijo en el amor, tanto que ese amor uunitivo es el mismo Espíritu. En relación con el universo (nuestro mundo) es quien continúa la Creación del Padre, cuando Este decidió descansó; y quien continúa la Salvación del Hijo, cuando Este se fue al cielo. Dicho de otro modo, asume, como Protagonista, la conservación y evolución del mundo y su santificación, en especial del hombre, hasta ponerlo todo como escabel de la gloria de Jesucristo. Lo impresionante de todo esto es que, por condescendencia suya y a pedido del Hijo, el Padre Dios nos envió como Don al mismo Espíritu Santo (Jn 14,16).

La 1ª lectura (He de Lc. 2, 1-11) y el evangelio (Jn 20,19-23) nos dicen cómo fue este don y envío del Espíritu Santo, que celebramos hoy. Llamativo en el caso de Lc. y tranquilo en el de Jn., pero en ambos transformador. El evangelio nos cuenta cómo, en un ambiente de paz, Jesús envía a sus apóstoles al mundo, dándoles su Espíritu y con Él el poder de perdonar los pecados. Esta institución del Sacramento del Perdón, empoderada por el Espíritu, debería reconciliar las personas, las familias y los pueblos; y debería derribar muros y tender puentes para formar el nuevo Pueblo de Dios.

¿Qué hacer para que el Espíritu Santo se sienta a gusto en y con nosotros? Ante todo intimar con Él. Luego ponernos por entero a su disposición (Ef 4,30), siendo dóciles a sus inspiraciones, como lo fueron Jesús y María y lo han sido todos los santos. Dóciles sobre todo en estas tres tareas, que tienen que ver con Jesús y su misión: 1. Hacernos cada día mejores cristianos (= discípulos misioneros del Señor) (Jn 14, 26; 16,13). 2. Reivindicar y glorificar a Jesucristo (Jn 15, 26; 16, 8-11); y 3. Poner todas las cosas a los pies de Jesucristo (Jn 15, 27; Ef 1, 10). Según el evangelio de hoy, estas tres tareas implican vivir una vida cristiana en comunión y misión con la Iglesia, conformada por los apóstoles, como agente principal del Espíritu.

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