El relato que en exclusiva nos trae Mateo (2, 1-12), contiene otras muchas cosas, pero la adoración de los Reyes es capital, tanto que la Fiesta se quedó con ese nombre. Se la llama antes todo Epifanía de los Reyes Magos, sin duda mucho más apropiado, pues tiene que ver con la manifestación o revelación de Jesucristo a todos los pueblos, representados en los Reyes Magos. Jesucristo y su Reino ya no son más patrimonio sólo de los judíos; ahora lo son de todos los pueblos, que, a diferencia de los judíos, supieron reconocerlo. Así había sido profetizado (Is 60,6; Sal 72,10)

Con la atingencia hecha, quiero referirme en esta Fiesta a la adoración de los Reyes Magos, que es a lo que fueron a Jerusalem (Mt 2,2) y que cierra con broche de oro el periplo de su fe. Su búsqueda de Dios, su caminar sacrificado y su encuentro con Jesús, terminan en adoración. Que es como debieran terminar en nosotros si es que buscamos de verdad. Se postraron ante el Niño Dios, dice Mateo (Mt 2,11), le ofrecieron regalos de oro, incienso y mirra, y se regresaron a sus tierras por otro camino. Son los tres elementos que no pueden faltar en una auténtica adoración.

Postrarse o ponerse de rodillas ha sido siempre un acto de humildad, la expresión externa de nuestra actitud interna de reconocernos como totalmente dependientes de Dios. Reconociendo su infinita grandeza y nuestra pequeñez. Más que de doblar el espinazo de nuestro ego se trata de rendir pleitesía, agradecidos, a quien es nuestro Creador y Señor, de quien nos viene todo bien. Aunque nos cueste creerlo, nunca se enaltece tanto el hombre como cuando se postra de hinojos ante su Dios.

No sabemos las palabras que sin duda los Magos dirigieron a Jesús y a sus padres, pero sí los regalos que le ofrecieron al Niño: oro, incienso y mirra. Muy probablemente los regalos que entonces se acostumbraba dar, pero que para nosotros tuvieron pronto un hondo significado: oro como a Rey, incienso como a Dios, y mirra (planta medicinal analgésica) como a hombre. Fue más que nada un regalo simbólico, expresión de su amor (representado en el oro), de su fe (el incienso) y de su esperanza (la mirra). Expresión en definitiva de sus personas, con cuanto eran y tenían. Digamos que dieron cosas, porque antes se habían dado a sí mismos. Buen ejemplo para nosotros.

El regresarse a sus tierras por otro camino, tiene que ver con la conversión total que se realizó en los Reyes Magos. Quien se encuentra con Jesús y lo adora de verdad tiene que volver a los suyos transformado en Jesús y por el camino de Jesús.

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