UN DIOS A QUIEN PODEMOS LLAMAR “PAPITO”

Una fuerte corriente de tradición laica ha releído la Ley de Dios en el contexto de una época en que los monarcas de Israel y de Judá la habían dejado de lado, motivado por la idolatría y las alianzas con otros pueblos. Esta corriente de tradición se fortalece en tiempos del rey Josías quien establece una reforma religiosa en el reino de Judá. Pero, ante la catástrofe del exilio, aquella tradición, llamada deuteronomista, mantuvo la fidelidad a esta relectura de la Ley, y una vez concluida esta terrible experiencia, al retornar a la tierra, pasó a ser una columna importante para la reconstrucción de la identidad de Israel. Se valió entonces de un género literario, el testamento, en el que se escucha a Moisés, cercana ya su muerte, dejando su testamento a una nueva generación de israelitas a puertas de la tierra prometida. Este es el estilo peculiar de este libro del Deuteronomio. Los judíos ya han pasado muchas experiencias y se han fundado en la Ley mosaica y deciden releerlas meditando con la voz del anciano patriarca Moisés que ya les había advertido todo lo que vendría. Este fragmento que leeremos es un canto de agradecimiento al Dios que los ha conducido por tantas peripecias y que en el pasado ha podido confrontar a quienes desconfiaban de su proceder sumidos en la desesperación del poder de los otros pueblos y sus dioses. Ahora puede reafirmar Israel que su Dios no es uno más, sino es el único, y por ello su alianza es fidedigna pero exigente. Ya no hay más concesiones, pues se ha podido probar todo de lo que es capaz Dios de hacer por su pueblo. Por su parte, no abandonará a quien quiera acogerse a él. Ahora le toca a Israel asumir su parte de la alianza: cumplir los mandamientos. Pablo, dentro de su reflexión sobre la vida en el Espíritu, confía que por la gracia de Dios hemos entrado en una relación familiar con Él. Vivir según el Espíritu nos ha hecho hombres libres, y esta condición nos vincula a Dios como sus hijos. Asumiendo el concepto de “hijo por adopción” del mundo pagano, da a conocer cómo es que estamos unidos a Jesús, el Hijo Único, y en él, al Padre. Por tanto, lo podemos llamar “Abba” (“papito”) porque nos hemos dejado inundar por la acción del Espíritu Santo que nos anima a amar sin reservas a quienes confío que son mis hermanos. Sin duda, toda una nueva forma de entender la religiosidad la que propone Pablo en medio de diversas ofertas salvíficas en el mundo pagano con las religiones mistéricas que pululaban por el entorno de las ciudades grecorromanas de aquel entonces. El evangelio de Mateo concluye con un envío solemne a quienes convocó después de su resurrección en Galilea. Quizá completando la promesa dejada por Marcos, el autor del evangelio invita a sus primeros seguidores a volver a empezar donde Jesús empezó su misión. Jesús confía en sus amigos, a pesar de sus fallos y traiciones, a pesar de sus dudas e incomprensiones, pero nunca jamás estarán solos. Han sido designados para ir por el mundo para hacer más discípulos y que participen de una fe compartid en comunidad mediante el rito de iniciación del bautismo, siendo consagrados al Dios que se ha revelado en la historia salvífica como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús se ha quedado en la comunidad, ya no mediante una presencia física sino sacramental. Todas estas lecturas nos acercan al Misterio del Dios que hoy confesamos como Uno y Trino, un Dios cercano y providente, un Dios comunidad, un Dios que establece una alianza firme y perecedera por su parte, un Dios que confía en que a pesar de nuestras debilidades podemos hacer tanto bien si nos dejamos guiar por la gracia de su Espíritu. Tú y yo podemos contar nuestra propia historia de salvación, ¿no crees que puedas clamar con el autor del Deuteronomio y del salmo lo mismo? ¿Hubo jamás un Dios que pueda manifestar su cercanía como este Dios Padre que….y que envió a su Hijo Jesucristo para…., y que sigue acompañándome con la fuerza de su Espíritu hoy ….? Deja tu testamento para tus futuras generaciones, y alaba así a la Santísima Trinidad. ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos! Amén.

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