Mirar el inicio de un tiempo litúrgico, es ponernos a pensar en el tiempo que transcurre para que llegue a la cumbre de su expresión.

Hoy llegamos a la cumbre de un tiempo que hemos caminado, hoy podemos decir que valió la pena cruzar el desierto, hoy podemos decir que hemos cumplido todo lo que nos propusimos hacer en el tiempo cuaresmal, hoy el Señor entra en su pasión, hoy se inicia el proceso de nuestra salvación.

Sin duda no hemos cambiado casi nada de aquel tiempo en el que vivió el Señor. Somos capaces de exaltar la gloria de alguien y en la brevedad del tiempo podemos condenarlo. Este domingo de la entrada del Señor, es el binomio que no comprendemos: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!-¡Crucifícalo, crucifícalo! Como nos movemos por intereses, somos casi cómplices del enemigo, somos los auténticos verdugos del prójimo y decimos amar al Señor. Realmente se cumple todo lo que se suponía, lo que fue signo de gloria, será signo de humillación, entra el Señor glorioso para pasar a estar en la cruz. No puede haber en este domingo mejor frase que ésta: “Con la boca bendicen, con el corazón maldicen”

Queridos hermanos, este es un domingo para ponernos a pensar qué rápido se nos acaban los aplausos, para que esas manos se conviertan en manos justicieras, que rápido cambiamos de parecer y nos ponemos del lado que juzga, que rápido abandonamos al que amamos y nos convertirnos en seres odiosos, que rápido alzamos las palmas y alzamos las armas. No tenemos en estos días la mínima idea de cuánto daño estamos ocasionado al mundo con nuestros gestos. Aún somos ágiles en acusar y lentos en perdonar, nos cuesta enormemente mantenernos en un solo ideal y nos vendemos fácilmente.

Creo que en nuestras manos sigue estando la solución para que no se repitan hechos que nos dividen, sino que seamos capaces de ser coherentes en todo tiempo y no andemos cambiando de parecer cuando aparece uno que nos ofrece las cosas más fáciles, o como se dice, uno que nos vende gato por liebre.  Somos muy ligeros en abandonar el barco, ante cualquier movimiento, mantengámonos firmes hasta el día final.

No, este no es un domingo de ramos, sino un domingo en que alzamos armas camufladas de palmas. Nuestras manos no bendicen, condenan y crucifican al inocente, para que el injusto siga viviendo mejor que todos. Seguimos siendo cómplices de un sistema que nos oprime, seamos libres y aprendamos a mantener las palmas hasta el viernes, para llorar con los que lloran y gritar “Sálvenlo, sálvenlo” y dejar a un lado el ¡Crucifícalo, crucifícalo!

Que los ramos de los olivos, no se sequen tan rápido, que nuestras voces de alegría no se apaguen, que nuestro canto no sea una lamentación y que cada día miremos siempre con esperanza. Que sean estos días verdaderamente días santos que nos ayuden a preparar nuestra pascua, sin olvidar la cruz.

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