Queridos hermanos:

El domingo pasado, cuando celebrábamos el Domingo de Ramos, la liturgia nos dejaba en una situación de expectativa. La lectura de la pasión que hicimos ese día dejó la historia de Jesús, y de paso también la nuestra, en el sepulcro.

Durante estos días de Semana Santa, hemos reflexionado sobre el significado de ese sepulcro que tenía atrapada la historia. El sepulcro donde colocaron el cuerpo del Señor era un lugar donde no llegaba la luz, donde no había vida. Es el ámbito donde reina el dolor, el sufrimiento, el mal y la muerte. Que el cuerpo del Señor esté en un lugar así, simboliza la aparente victoria de todas estas realidades sobre el ser humano. Todos, en muchos momentos de nuestra vida, hemos sentido la soledad y la oscuridad del sepulcro. Si hemos experimentado la angustia, la tristeza, la enfermedad, cualquier tipo de preocupación, miedo o dolor, o hemos sentido cercana la muerte, entonces hemos estado en el sepulcro. Lo terrible de estar como en el sepulcro no solo es la soledad o la oscuridad en la que uno vive, sino la sensación de que de estas realidades no se puede salir y que poco a poco nos van apagando la vida. Así quedó la historia el domingo pasado, con la sensación de que la muerte había ganado.

Sin embargo, la liturgia del Domingo de Pascua nos trae una noticia sobrecogedora: ¡el Señor Jesús ha resucitado! El sepulcro, lugar de oscuridad y de muerte, ha sido invadido por la luz de la vida. Esta es la gran noticia de hoy: que la muerte, el mayor de los males que sufre el ser humano, ha sido vencida por el poder de Dios que ha resucitado a Jesús. Con la derrota de la muerte, todos tenemos la seguridad de que vamos a resucitar y que nuestra vida no se dirige a un callejón sin salida, sino que vamos hacia un destino de felicidad eterna. Y si la muerte ha sido vencida, entonces todas las demás realidades que causan dolor y sufrimiento al ser humano también pueden ser vencidas con el mismo poder de Dios. Con la resurrección de Jesús, sabemos que el dolor y la muerte en nuestra vida no tienen la última palabra y que el paso por el “sepulcro” es solo momentáneo. Gracias a la resurrección de Jesús, sabemos que todo tiene solución, que todo dolor es soportable y llevadero, que toda angustia es pasajera, que el miedo se puede vencer, que toda lágrima es antesala de una sonrisa. No era verdad, pues, que el sepulcro nos quitaba la vida, solo la ensombrece un poco. Al final, la vida venció.

Queridos hermanos: la alegría de que nos trae la noticia de la resurrección debe inundar toda nuestra vida. El saber que no moriremos para siempre, que nuestro destino es el cielo, y que toda realidad que nos quita la felicidad puede ser superada, debe dibujarnos una sonrisa que no se nos quite nunca, y a la vez debemos contagiar esta buena noticia a todos los demás, para que nadie se quede sin el gozo de sentirse salvado, perdonado, amado. Les deseo a todos ustedes una feliz pascua de resurrección y una vida de resucitados.

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