Queridos amigos

Hoy, Pascua de la Resurrección de Jesús, es el día más importante de la historia del mundo y de la iglesia. Y ¡aleluya!, palabra hebrea que significa Gloria a Dios, es el grito de júbilo que nos sale espontáneo e incesante del corazón. Alguien que estaba muerto -¡y qué muerte!- y enterrado de tres días, resucitó por sí mismo. El hombre se llamaba Jesús.

El suceso, la noticia y la experiencia vivida, son tan grandes e impresionantes, que nos cuesta creerlas, pero ahí están, como un hecho histórico comprobable y comprobado. Nos lo cuentan los cuatro evangelistas (Mt, cc 26,27 y 28; Mc cc. 14, 15 y 16; Lc cc. 22,23 y 24; y Jn 17,18,19,20 y 21), que hacen de la muerte y resurrección del Señor el núcleo principal y culminante de sus relatos. Y nos lo cuenta el kerigma o predicación de los apóstoles (He 2,14-35; He 3,12-25; He 10,34-43…), centrada en que Jesús a quien mataron, resucitó. Nos lo cuentan también algunos historiadores romanos contemporáneos.

La Resurrección de Jesús es, sin duda, el acontecimiento más grande de la historia y de la creación, que se supera a sí misma mostrando en Jesús resucitado el ápice de la evolución de la especie humana. Es también el misterio central de la Iglesia y del cristiano, que hacen girar su existencia en torno a la Resurrección, misterio pascual, que celebramos comunitariamente todos los domingos del año.

Para nosotros la Resurrección del Señor es ciertamente lo que da sentido y validez a nuestra fe, pues seríamos los hombres más frustrados si Jesús no hubiese resucitado, como observa S. Pablo (1 Cor 15, 19). Es también lo que anima y empuja nuestro empeño de hacer realidad en esta vida, aquí abajo y ahora, lo que esperamos obtener en el más allá: paz, felicidad, libertad, amor… Para lograrlo tenemos que empeñarnos de verdad.

Que existe un más allá es otra de las cosas que se desprenden del hecho de la Resurrección del Señor. La muerte no es nuestro destino final, pues hay un más allá, otra forma de vida, que un día se nos ha de dar como ya se dio en Jesucristo (y en la Virgen de la Asunción). ¡¿Cómo no exultar de gozo ante tan inimaginable acontecimiento, que nos llena de esperanza?! ¡¿Cómo no seguir a Jesús y comprometernos con él si todo lo que dijo e hizo está avalado por Dios?! ¡¿Y cómo no felicitarnos y, ante todo, felicitar a Jesús por su triunfo, que garantiza el nuestro?! ¡El Señor ha resucitado, aleluya!

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