LA MISIÓN ES AHORA

Cuando alguien ha concluido una tarea en beneficio de los demás y lo ha hecho bien, se siente satisfecho y en paz, pues ha contribuido a transformar las vidas de sus hermanos, amigos y todos cuantos han podido verse recompensados ante tan encomiable esfuerzo. Jesús ha vuelto al Padre y ha concluido su misión. Pero la edificación de la soberanía de Dios aún continúa y esta le corresponde a la Iglesia, a esta comunidad de discípulos del Señor, que se mueve inspirada por la gracia del Espíritu Santo. No hay lugar para la pasividad ni el repliegue; es preciso buscar los elementos comunes de nuestra fe para dar testimonio de que Dios realmente trasciende todo y lo penetra todo.

La fe en Cristo no se opone a la realización del ser humano, más bien, lo lleva a plenitud. Pero la voz de los comunicadores de la verdad se encuentra muchas veces silenciada y perseguida por la iniciativa de la mentira y de la confusión de quienes ostentan un poder humano egoísta y destructor de la paz interior de los hombres. Nuestra misión se abre con la subida de Jesús al cielo, y con ella la compañía de la acción poderosa de Dios que busca por todos los medios que el corazón del ser humano se doblegue, no por imposición sino por convicción, porque, en definitiva, solo el amor es lo que puede ayudar a salir de la indiferencia y la desazón de un mundo que está perdiendo su horizonte.

Estamos en el tiempo de la misión de la Iglesia, y tú y yo, hemos recibido un mandato: anunciar que Cristo vive y que ha vencido a la muerte y al pecado y solo en Él podemos alcanzar la felicidad verdadera. Que la gracia del Espíritu despierte los dones que cada cual tenemos, para comunicar buenas nuevas de esperanza, de gozo, de perseverancia, de lucha, de paz y de amor. Toca, sí, toca con maestría, con el instrumento que mejor manejas, porque el Señor se sienta para juzgar, para dar vida, para salvar.

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