El evangelio de este domingo nos presenta al Señor Jesús frente a un hombre que se encuentra enfermo de lepra.
Llama la atención que el hombre leproso se acerque al Señor Jesús, Según se escucha en la primera lectura, este hombre leproso no está siguiendo lo que estaba mandado en estos casos, no acercarse a las personas sanas, ni siquiera le estaba permitido transitar por los caminos que usaba comúnmente la gente sana, en razón de cuidar la salud de la gente y no ser contagiados por el leproso.

Pero en este caso el hombre enfermo de lepra se ha atrevido a acercarse al Señor Jesús, ante quien se pone de rodillas para decirle “si quieres, puedes limpiarme”, Lo que demuestra la gran confianza que tiene este hombre enfermo en la persona del Señor Jesús, confianza posiblemente nacida de escuchar hablar a la gente que dice que hay uno que enseña con autoridad y hasta los espíritus inmundos le obedecen. Ahí está ahora delante del Señor suplicando.

El Señor Jesús hace lo que no debía hacer ninguna persona sana, tocar a un leproso, a quien se le considera una persona impura, ya que al hacerlo quien tocaba al leproso quedaba el mismo impuro y por lo tanto ya no puede entrar en los pueblos sino que debe asumir lo que mandaba la ley para los que eran declarados leprosos, vivir fuera de la comunidad y en descampado, como lo atestigua la primera lectura tomada del libro del Levítico “…mientras dure la afección seguirá impuro. Vivirá aislado y tendrá su morada fuera del campamento.”

El hombre limpiado de la lepra no hace lo que el Señor le pide “…no se lo digas a nadie…” por el contrario comienza a divulgar lo ocurrido, me imagino que iría por ahí contando a la gente “yo estaba enfermo de lepra y como había escuchado que había uno que estaba curando me acerque a Él y de rodillas le dije “si quieres, puedes limpiarme”, y ÉL ME TOCÓ y yo quede inmediatamente limpio.”

El Señor Jesús por haber tocado al hombre enfermo de Lepra según la ley había quedado Él también impuro, razón por la cual ahora ya no puede entrar abiertamente en ninguna ciudad, por eso se queda fuera, en lugares despoblados.

El Señor Jesús al actuar de esta manera está denunciando una ley injusta ya que según la legislación del Levítico esta ley buscaba proteger a la comunidad, pero dejaba desamparado al enfermo al marginarlo de la vida de la comunidad.
Cuando una ley es injusta tenemos derecho a desobedecerla, pues nadie puede obligar a hacer el mal, ni nadie está obligado a hacer el mal. Si es obligación de todos, por el dictado de una recta conciencia, el hacer siempre el bien.

Con su actuar el Señor Jesús denunció la ley en cuanto se olvidaba de la persona del enfermo, que antes que nada tiene radicada su dignidad en ser imagen y semejanza de Dios y por esa dignidad debe ser respetada y protegida. Y lo mejor aún enseño a la gente que se debía obrar en contra de ella y por eso termina el relato con “…y aun así seguían acudiendo a Él de todas partes”.

Podemos aprender algunas cosas a la luz del evangelio de este domingo:

Primero: que por sobre todo debemos siempre cuidar y respetar a la persona, la vida humana, aun cuando nuestros actos al hacerlo nos pongan en riesgo a nosotros mismos. Si lo hizo el Señor Jesús entonces debemos hacerlo nosotros mismos.

Segundo: aprender del hombre leproso a acercarnos con confianza al Señor Jesús, una confianza que nace de haber escuchado hablar de Él, para pedirle que nos limpie de nuestras impurezas. Si lo hizo el leproso, también nosotros podemos hacerlo.

Tercero: comunicar a los demás todo el bien que nos hace el Señor para que también ellos se acerquen con confianza ya que el Señor siempre escucha nuestros ruegos.

Cuarto: contemplando el actuar del Señor Jesús también nosotros hagamos el bien a aquel hermano o hermana que busca nuestra ayuda.

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