Queridos amigos

La parábola de la viña y los sarmientos (Jn 15, 1-17), nos hizo ver en su primera parte (Jn 15, 1-8), la importancia de la unidad, la necesidad que tenemos de vivir unidos con Cristo y entre nosotros, como los sarmientos de una vid. En su segunda parte (Jn 15, 9-17), nos muestra hoy la importancia de la caridad: la necesidad que tenemos de permanecer en el amor del Señor (= dejarnos querer por Él y sentir que nos quiere) y de amarnos los unos a los otros, que Jesús convirtió en mandamiento (Jn 15, 12).

Para Jesús la unidad y la caridad están tan relacionadas, que no se conciben la una sin la otra. Se exigen mutuamente. No hay caridad verdadera si no nace de y lleva a la unidad (de los que dicen quererse), y no hay unidad verdadera si no nace de y lleva al amor (de quienes dicen vivir unidos). Para Jesús, la caridad es el otro nombre de la unidad, la otra cara de la unidad. ¿Lo es también para nosotros? Sí tenemos un alto concepto de la caridad, a la que llamamos la reina de las virtudes. Pero ¿cuán alto es nuestro concepto y cuánta importancia damos a la unidad, al vivir unidos, en comunión?

Cuando uno falta a la caridad, pide perdón y se confiesa rápido. Lamentablemente no pasa lo mismo con las faltas contra la unidad y somos capaces de vivir desunidos, (ignorándonos, evitándonos, sin hablarnos, etc.) e ir a comulgar como si nada hubiera pasado. Olvidamos que la condición indispensable para comulgar es vivir en la paz y la unidad, tal como lo rezamos en la misa con la oración de preparación inmediata para la comunión. Podremos hacer mil cosas buenas para prepararnos a la comunión, pero la requerida es vivir en paz y en unión (con Dios, contigo mismo y con los demás).

A quien cumple y vive el mandamiento de la unidad y la caridad, Jesús le promete grandes bendiciones. Ante todo la de compartir su alegría, una alegría plena que lo llena y desborda, no obstante la cruz que lleve a cuestas. Luego, la de ser sus amigos, no sus servidores sino sus amigos. Simplemente porque le nace querernos y brindarnos su amistad, más allá de cualquier consideración. No fueron ustedes los que me eligieron, dirá a sus apóstoles, sino que fui yo quien los eligió a ustedes (Jn 15, 16-18). Es su iniciativa, gratuita y generosa… hasta dar su vida por los amigos. Y está el garantizarnos que Dios nos concederá cuanto le pidamos en su nombre, pues Dios es su Padre.

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