En el evangelio del día de hoy, Jesús quiere completar las enseñanzas que expresaba el pasado domingo pasado en el Sermón del Monte, las Bienaventuranzas. Hoy lo hace por medio de dos parábolas: la sal y la luz. Todos conocemos la importancia que tienen ambas cosas en la vida habitual de las personas. Con la sal los alimentos tienen sabor y durabilidad; con la luz, natural o artificial, podemos prolongar el día y realizar habitualmente nuestras funciones ordinarias. La luz nos ilumina, nos orienta, nos da claridad para vivir.

El cristiano tiene que ser “sal” en el lugar habitual donde se desenvuelve: familia, trabajo entorno social. Debe “condimentar” la sociedad. Debe sembrar los grandes principios y valores humanos y cristianos: alegría, paz, optimismo, esperanza, consuelo, amor. Nuestra “sal” no puede volverse “sosa” vencida por la resignación, el pesimismo, la tristeza, la frustración. Nuestra vida, al estilo de la sal, purifica los alimentos, y hace perseverar, en estado dinámico y constante, el valor de nuestras realizaciones personales.

El Señor también nos invita a ser luz. Luz interior que ayude a crecer en santidad desde una profunda experiencia de Cristo y luz exterior que ilumine, irradie y se expanda desde el ejemplo y testimonio de vida. La oscuridad y las tinieblas nos llevan a la desolación y a la angustia; la luz resplandeciente se orienta a la serenidad, la alegría y la paz.

Como vemos en el presente evangelio, el cristiano debe dar sabor y luz al mundo. No por vanagloria, autosuficiencia o superioridad sino para que los demás, viendo su actuación en el mundo, den gloria a Dios, reconozcan su presencia y actúen según los designios divinos. “No se enciende una luz para ocultarla” sino para que alumbre. Ser discípulo del Señor supone llevar la luz en el corazón, dejar que penetre la luz divina y contagiar a los demás con nuestra claridad. La humildad, el espíritu de las Bienaventuranzas, el fomento incansable del amor mutuo, serán algunas de las pautas esenciales para sentirnos sal y luz en una sociedad cada vez más necesitada de testimonios vivos de la presencia de Jesús en el mundo.

En un sector influyente de la sociedad secularizante y relativista, con cierta pérdida de los valores cristianos, ser sal y luz nos garantiza el impulso y el fortalecimiento de la fe desde el encuentro personal y testimonial de Dios.

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