LA HORA HA LLEGADO

Jeremías es conocido como el profeta de las desgracias puesto que tuvo que ejercer su ministerio profético a puertas de la debacle del exilio, enfrentándose abiertamente contra la negligencia de los líderes de Israel y la indiferencia del pueblo y exhortándoles a que no resistiesen a la invasión enemiga. Pero, sorprendentemente, como escucharemos en la primera lectura, es también el profeta de la esperanza, proclamando un buen augurio, el albor de una Nueva Alianza, que está condensada en este capítulo 31, y que se convirtió en una categoría teológica muy importante, releída luego por la comunidad cristiana aplicándola a Jesús. Al darse la catástrofe del Templo, el sistema cultual entró en crisis, pero la religión trasciende este orden ritual, y esta es la llamada de atención que hace el profeta. De allí, que el énfasis de la nueva alianza pase ahora por el interior del hombre y no por lo exterior; la Ley ahora debe ser escrita en el corazón y la vuelta del exilio se convertirá en el mayor signo de que no hay otro Dios como el Señor de Israel pues saber perdonar a su pueblo ofreciéndole una nueva oportunidad.

Este mismo sentir está bien expresado en estas estrofas del Salmo 50 que se proclamará también en la Eucaristía: un corazón puro, renovado con la presencia del Espíritu de Dios. El autor de la carta a los Hebreos propone esta exhortación donde ofrece una reflexión cristológica acerca de la misión de Jesús en esta tierra. Con un brillante discernimiento y un estilo particular de releer el AT considera que Jesús es el Sumo Sacerdote por excelencia, pero no en orden a justificar su origen sacerdotal o con el afán de instaurar una nueva casta sacerdotal, sino que fundamenta la naturaleza del acto salvador de Jesús como la expresión plena de un sacerdocio eficaz, verdadero y único. Así, la experiencia del sufrimiento unida a la libertad de su obediencia al Padre, lo convierten en el sacerdote por excelencia de una nueva alianza abierta a la humanidad. El mismo autor por ello defenderá que a este Jesús Dios lo ha constituido Hijo y Salvador.

El fragmento que leeremos del evangelio de Juan podría decirse que es, como en el caso notorio de Marcos, el anuncio de su pasión y muerte. El contexto es interesante, pues son griegos los que anhelan conocer a Jesús, y los discípulos galileos, pero con nombres griegos, interceden por estos. Jesús no solo viene a salvar a los judíos, herederos de la promesa salvífica, sino a todos los que crean en él. Así, se señala el momento de la revelación de su misión en esta tierra: el grano de tierra debe caer, morir para dar fruto. Esta es la manifestación del significado de la “hora” de Jesús en este evangelio. El momento decisivo de su exaltación en el árbol de la cruz expondrá el grado de fidelidad de sus verdaderos seguidores. Pero, sabiendo la debilidad de los suyos que lo abandonarán, se sabe acosado por la angustia y pide a Dios que lo fortalezca y le ayude a superar este terrible momento.

Una vez más el evangelio de Juan insiste que esta pasión no se recorrerá desde el drama y la desgracia sino desde la glorificación y la exaltación. La ruta está señalada, el camino del desierto cuaresmal nos ha conducido al monte de salvación. No lo veamos desde una perspectiva sentimental o solo desde el dolor ofrecido sin más por Jesús, sino más bien, contemplémoslo desde la decisión de Jesús mantenerse fiel a una misión que tiene como beneficio la salvación de los hombres. Este es el amor hasta el extremo que subrayará el evangelista al entrar en la pasión y este es el amor que se nos pone como exigencia para vivir con los hermanos. Ahora podemos entender la exigencia de una nueva alianza, de un corazón puro, de una renovación total de nuestra fe. Entremos a la Semana Santa con la esperanza de llegar con Cristo al monte Gólgota llorando nuestros pecados, pero abiertos a contemplar la gloria que él mismo experimentó haciéndonos partícipes del gozo de su salvación.

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