PROFETA DEL AMOR

El fragmento del libro de Jeremías de esta liturgia, luego de ubicar en el tiempo histórico su ministerio, presenta el origen de su vida profética a través de este oráculo, entendida como una consagración a Dios. Es este mismo Dios que como en el Génesis (aparece el mismo verbo del segundo relato de la creación), se presenta como el alfarero, el que “moldea”, pero en el vientre materno a quien tiene que cumplir cabalmente sus órdenes. Una página hermosa de la Sagrada Escritura se abre: Dios ya tenía en mente a su profeta desde antes de nacer. ¿Notan la trascendencia de esta afirmación? Una vida es tenida en cuenta como todas las demás, para una misión. Por eso el profeta no está llamado para ser débil; tiene que ser muy fuerte, como ciudad fuerte, columna de hierro, muralla de bronce. No es que tenga que revestirse de una especial fuerza humana, sino más bien, será el testimonio de la salvación de Dios al débil frente al opresor. La voz del profeta tiene que resonar y tiene que ser escuchada por todos los responsables del pueblo: reyes, jefes, sacerdotes, y por todo el pueblo del país. La imparcialidad del profeta es contundente, su origen lo define. La segunda lectura nos ofrece la composición de este llamado “himno del amor” de Pablo dirigida a los corintios. En medio de los múltiples carismas, se señala “el camino” más excelente a seguir, por tanto, está al alcance de todos (12,31). Para ello empieza a condicionar diversos carismas presentándolos como actos que se hacen (13,1-3), pero que si carecen de amor no tienen sentido (lenguas, profecía, fe, limosnas). El amor, por tanto, no se identifica con una acción sin más, sino lo que mueve desde dentro el hacerlas. Entonces, ¿qué es el amor? Pablo empieza a considerar lo que es y lo que no es (13,4-8a), todo lo que ocasiona y todo lo que nunca hará (derrumbarse). La finalidad de los carismas se orienta a este mundo (13,8b-10), por lo que revisten de finitud e incluso imperfección (“una parte de…”). Introduce la comparación de las limitaciones propias de un niño y lo aplica a su discernimiento sobre los carismas (13,11), reconociendo que entre lo borroso del misterio que percibimos hay un horizonte de perfección que nos espera y a lo que nos prepara los carismas (13,12). Este horizonte que nos introduce en este misterio del conocimiento pleno de la relación con Dios es el amor (13,13). Se ha llenado de tanta “ilusión poética” lo que entendemos sobre el amor, que ha perdido este carácter de perfección que posee y que nos supera enormemente. Desde este discernimiento de fe, puede comprenderse cómo es que de verdad podemos falsificar el amor con acciones y “buenos deseos”. Pero la verdad, es que el amor se impone sin mayores actos espectaculares. No sé si todavía seguimos pensando o razonando como niños, pero a veces deberíamos reflexionar si de verdad estamos deseando con celo profundo el mayor de los caminos a seguir puesto al alcance de todos o nos aferramos a los actos externos que solo alcanzan a un escaso nivel infantil que revela cierto conformismo espiritual. Siento que aún no hemos entendido aquellos de “perfección”. En esto se ha mezclado el humano deseo y hemos perdido el horizonte de lo que significa la “perfección en la vida cristiana”. Pido a Dios que no perdamos nunca el deseo de dejarnos motivar por el amor, porque la perfección ya la tenemos en nuestro interior, pero creo que la tenemos tan aprisionada que no la dejamos aflorar, porque si el amor sale, nosotros nos diluimos y eso es lo que no nos gusta. En el evangelio continuamos con la lectura de la visita de Jesús a Nazaret del domingo pasado. Ha proclamado Jesús que las Escrituras se han cumplido en él, por lo que se entendería que se está inaugurando el tiempo de gracia para Israel y sus palabras la confirman. Pero empieza a brotar la desconfianza entre los presentes de que esto pase en realidad: “¿No es éste el hijo de José?”. Jesús toma la iniciativa y de pronto el cuadro idílico cambia rotundamente instaurándose el conflicto. Primera advertencia: no se puede sustentar una esperanza desde la facilidad y el conformismo. Jesús no ha venido para sorprender con hechos prodigiosos, Jesús viene a proclamar un año de gracia y misericordia de

parte de Dios. Segunda advertencia: hay una exigencia de replantear la exclusividad del pueblo de Israel, como heredero de las promesas de Dios. Israel tiene que reflexionar su elección como pueblo y su misión en relación al mundo. Ambos episodios que recuerda Jesús a sus paisanos que bien conocen de las historias de Elías y Eliseo comprenden la apertura de Dios hacia los paganos, a quienes también se derrama la salvación. Aceptar el programa de Jesús exige a replantear las convicciones más profundas de la fe del pueblo judío y esto ocasiona una reacción no esperada. Jesús aparentemente fracasa en su primer intento de misión, pero dejada sentada cuál es su misión como enviado del Padre para salvar a todos los hombres. Jesús no ha venido a instaurar un tiempo de ira y de venganza sino de misericordia y salvación.

Nosotros como Iglesia también tenemos que replantearnos este programa de Jesús. El peligro del “sectarismo” entendido como realidad que excluye y margina, es un reflejo de que apelamos más por un Dios de la venganza que del amor. Es verdad que hay tantas cosas que nos diferencian como seres humanos, pero quienes estamos llamados desde la fe cristiana a trascender estas realidades, deberíamos preguntarnos cómo es que podemos colaborar en construir un mundo donde confiemos que de verdad creemos que lo sostiene la bondad y misericordia de Dios. La perfección del amor no se compagina nunca con el desprecio. Mis convicciones tienen que asentarse desde la fe en el Dios de Jesucristo y esto me convierte en profeta para mis hermanos. No nos dejemos vencer por el conformismo y la intransigencia. ¿Reconozco mi vocación profética? ¿Cuáles son mis motivaciones para juzgar la realidad de este mundo en que vivo? ¿Qué presupuestos o convicciones antepongo a mis opiniones?

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