UN CAMINO CON DOS DIRECCIONES, ¿POR CUÁL QUIERES OPTAR?

El camino de Emaús, que nos narra una de las apariciones del evangelio de Lucas, es un camino de ida y vuelta. Un camino de ida con frustración, desencanto, tristeza, amargura; y un camino de vuelta con gozo, renovación de compromisos, entusiasmo, confianza. El domingo de resurrección hablábamos de correr, ahora hablamos de caminar. Sin duda, la Pascua nos pone en movimiento. Cuesta mucho reconocer al Resucitado. Nos faltan ojos que sean capaces de dejarse sorprender por la nueva presencia de Jesús en medio de la humanidad, mejor dicho, en medio de la comunidad.

El anuncio de la Buena noticia de la primera comunidad cristiana en boca de Pedro el día de Pentecostés que nos cuenta el libro de los Hechos se convierte en el esquema base de toda predicación: las Escrituras se han cumplido porque Dios ha resucitado a quien la muerte no ha podido retener, su Santo Siervo Jesús, y por tanto lo ha “acreditado” como Salvador. Este mensaje de esperanza conmovió a muchos, que como hoy les cuesta asumir la presencia de Dios en su Hijo Jesús venido al mundo a salvarnos del pecado y de la muerte, pero están deseosos de tener una experiencia de profundo encuentro con este Dios misericordioso. ¡Déjate conmover por este testimonio de fe!

La carta de Pedro nos vuelve a recordar cuál ha sido el precio del rescate: la ofrenda de un sacrificio, la del Cordero de Dios. Se ha redimensionado el sentido de los sacrificios, y se ha dado un paso mayor en la comprensión del valor de ser redimidos de la muerte y del pecado. Ya uno dio el paso trascendental por todos; entonces ¿por qué este mundo quiere seguir sacrificando a tantos para lograr satisfacer solo metas temporales? ¿No hace falta de verdad un principio mayor que el de nuestras propias opiniones o pareceres para poder vivir en paz y buscando el bienestar de todos? Hay mucho dolor en el mundo, hay muchas injusticas que nos rodean, hay mucha muerte y esto nos desilusiona, no queremos afrontar la vida cotidiana así.

Si los cristianos confesamos en el Plan salvífico de Dios y ponemos nuestra fe y esperanza en todo lo que hizo el Señor Jesús por nosotros, ¿qué nos falta para que éste sea verdaderamente el motor de nuestras vidas? ¿Por qué no se nos nota esta transformación espiritual en nuestros días? Quizá nos pueda ayudar el salmista que en este Salmo 15 proclama la confianza de quien se sabe protegido por Dios. Su fe le invita a proclamar que cree en un Dios que se muestra preocupado por sus hijos, que le encamina hacia el logro de sus objetivos, pero que, sobre todo, se siente tranquilo, porque ni la muerte podrá eliminar su memoria, porque con Dios a su derecha ¡no vacilará!

Es verdad que los cristianos tenemos algo muy especial que nos ha dejado el mismo Jesús, su presencia al partir el pan. Hoy sentimos la necesidad de comulgar, pero recordemos cuántas veces lo postergamos porque se nos presentaron “otras cosas que hacer”. Pero, otros ni siquiera nos hemos cuestionado esto, porque “nos hemos acostumbrado a venir a misa”. ¿No será esto peor? Las bancas nunca faltan a misa, las columnas de los templos siempre están presentes y erguidas. Entonces, será

suficiente solo “estar en misa”. ¿Qué implica el “participar” de la Eucaristía? Discúlpenme, pero quizá en la gran mayoría de veces solo hemos estado allí, respondiendo lo ya sabido, escuchando a un sacerdote que tampoco se preparó convenientemente, y entre muchas cosas más, solo hemos cumplido con un ritual, y no hemos llegado a entrar en comunión con Cristo. Dejemos ya de fijarnos tanto que “tenemos que venir obligatoriamente a misa” – como si Dios tomara lista – y volquemos nuestras fuerzas en buscar ver el rostro de Dios que está presente en la comunidad, y hoy más que nunca.

Hoy sale el Señor a tu encuentro, va a tu casa, te corta el paso porque vas decaído, frustrado, desesperanzado; déjate instruir por la Palabra que es viva y eficaz; y siéntate a compartir con Jesús el pan de vida, que ahora es pan para darse al hermano, con quien debes ahora sentarte, y descubrirás la necesidad que tienes de Dios y entonces, te pondrás en camino, y saldrás aprisa, y te unirás a la comunidad de fe, que te sostendrá y en donde terminarás por comprender que Cristo sigue vivo, resucitado y glorioso. Entierra tus pesares y lamentos, tus frustraciones y decepciones; y déjate renovar por la fe del Resucitado y entonces proclamarás con el salmista: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mí derecha no vacilaré”.

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