SER TESTIGO DE LA FE

En estos días de Pascua, escuchamos el testimonio de Lucas que recoge la predicación de la primitiva comunidad, en donde se nota claramente cómo el autor ha intentado unir las diferentes tradiciones cristianas y las relecturas que hicieron del AT en clave de cumplimiento en Cristo. Este fragmento es parte de la predicación en boca de Pedro luego de la sanación del tullido de la puerta del Templo. Así tenemos cómo proclama que el Dios de los Padres es quien ha constituido al “Siervo” (tradición profética de Isaías), “Santo” y “Justo” (tradición sapiencial) Jesús; aquel que fue rechazado pero que ha sido reivindicado por Dios resucitándolo de entre los muertos. De esta forma, los apóstoles son considerados testigos y ofrecen la oportunidad a los contemporáneos de su tiempo de un camino de conversión puesto que la ignorancia les llevó a actuar de esta forma. Sin duda, todo un testimonio de una vital experiencia de Dios.

La reflexión de la carta de Juan no hace sino confirmar que aun siendo pecadores tenemos alguien que “aboga” por nosotros, el mismo Jesucristo, el “Justo”. Aquel que asumió nuestra naturaleza humana y ofreció su vida como cual eficaz rito de purificación de los pecados en el Día de la Expiación, cuando el sumos sacerdote rociaba la sangre del cordero sobre el “propiciatorio”, así ha borrado de una vez y para siempre la carga que agobiaba nuestro ser. Ante este regalo de la vida de Cristo solo nos queda dar testimonio de boca y de obra de que somos sus redimidos, y esto lo hacemos cumpliendo los mandamientos. Esta es la forma en que nos convertimos testigos de Cristo para nuestros hermanos y para quienes aún no conocen esta Buena Nueva.

El evangelista Lucas propone el final de su evangelio insistiendo en el valor de la comunidad como criterio de fe en torno al resucitado. La antropología judía concibe al ser humano uno, cuerpo y alma, y es así como se comprende el estado de la glorificación, por eso la insistencia en este pasaje de no confundir las apariciones con alucinaciones o contemplación de un fantasma. Es el mismo Jesús crucificado el que ha resucitado y en él se han cumplido las Escrituras. Una vez más se señala que todo lo que han experimentado los convierte en testigos de esta verdad de fe.

La liturgia de este día nos está recordando lo que significa ser testigo de Cristo. A la luz de la Pascua, renovamos nuestra fe bautismal, agradecemos a nuestros padres y catequistas por su preocupación en nuestra formación espiritual, nos proponemos practicar la caridad para con el prójimo; pero todo esto nos debe comprometer a hacer de nuestra vida un canto de agradecimiento a Dios. La alegría de la comunidad, la fidelidad a los mandamientos de Dios y la exhortación a la conversión son las tareas que se nos exige como hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y lo que encierra sobre sí nuestra condición de Testigos de la fe. ¿Quieres conocer una pequeña oración que pueda animarte en tu convicción de testigo de la fe? Aquí la tienes: “Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro”.

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