ROMPER CON EL EXCLUSIVISMO

La figura de Moisés fue importante en el origen del pueblo de Israel. Pero, el camino hacia la tierra prometida comprometía la asunción de nuevos líderes para acompañar la nueva etapa que se abría para la nueva generación. La elección de estos ancianos, para juzgar casos particulares, refleja este pensamiento, pero necesitaban ser legitimados de alguna forma, y el recurso para ello será la irrupción del Espíritu del Señor sobre los elegidos para esta responsabilidad. Ahora bien, el deseo exaltado de Moisés al final del pasaje debido a la intervención de Josué sorprendido de que dos de los ancianos no hayan estado con los demás, pero igualmente recayera sobre ellos la fuerza del Espíritu, ha sido entendido como una profecía en sí misma: llegará el día en que todo el pueblo será ungido por el Espíritu para ejercer su profetismo. Sin duda, la comunidad cristiana al releer este pasaje encuentra su cumplimiento en la efusión del Espíritu sobre la Iglesia hermosamente narrada por Lucas en su obra Hechos el día de Pentecostés. Continuamos escuchando los sabios consejos de la carta de Santiago y como ya hemos anotado anteriormente la influencia del estatus social y económico necesitaba ser entendido dentro de los nuevos parámetros de fraternidad de la iglesia. La riqueza puede llevar a la perdición pues el egoísmo y la codicia envilecen el corazón del hombre y el autor intenta desde comparaciones sutiles desenmascarar el pretendido valor del dinero cuando al terminar nuestros días no harán más que enmohecerse en esta tierra, lo mismo que la conducta de despilfarro que lo lleva a comparar a los ricos irónicamente con las reses engordadas cuales se preparan para los sacrificios en el Templo, pues no pudieron ver más allá de sus placeres condenando de hambre a los pobres e inocentes por su indiferencia. El segundo anuncio de la pasión no solo conllevó una primera errónea intervención de los discípulos que se pusieron a debatir quién era el más importante entre ellos, sino que asumen el exclusivismo de la continuidad de la obra de Jesús restringiendo a quiénes también obraban en el nombre de Jesús por no formar parte de su grupo (“de los nuestros”). Hay muchas formas de apoyar la evangelización, no pretendiendo conformar un grupo cerrado, sino en apertura a la acción salvífica de Dios e incluso ofreciendo un vaso de agua a cualquiera de los mensajeros de la Buena Nueva. Pero, sea que fueran directamente llamados por el Señor o sea porque siguen como discípulos actuando en el nombre del Señor, la responsabilidad es muy seria, pues el pecado del escándalo es sumamente condenado (es muy expresiva y clara la comparación de la piedra de molino atada al cuello). No se puede jugar con lo sagrado ni asumir una vocación de evangelizadores a la ligera. Si queremos ayudar convenientemente a la misión, es preciso cortar con cualquier resabio de escándalo para los hermanos pues de lo contrario tendremos que asumir las consecuencias de una mala gestión del liderazgo evangelizador. Palabras duras pero valederas como advertencia para no apropiarse de un ministerio que se recibe con gratitud, pero se ejerce con seriedad. En tiempos de reforma eclesial a la que nos está llamando el Papa Francisco es preciso releer estas lecturas y ayudar a purificar la recta intención de nuestro corazón al asumir los ministerios y responsabilidades dentro de la comunidad cristiana. Es preciso desterrar cualquier exclusivismo, escándalo, aires de superioridad, estatus económico, que lo único que hace es convertir nuestro itinerario de fe en una organización propia de este mundo a la que el Señor no nos ha llamado a formar. Dios sabe por dónde llevar adelante su anuncio salvífico; nuestra disponibilidad ayuda, pero no es la única forma por la que Dios ejerce su salvación, siempre nos sobrepasará, y cuando pensemos que estemos haciendo algo grande, no te olvides que Él ya nos tomó la delantera en un nuevo proyecto. Por eso el salmista puede proclamar sin reservas y nosotros nos unimos a él con la invocación: “la ley del Señor es perfecta y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos”.

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