PROCEDE CON HUMILDAD

Dar consejos es, sin duda, un arte, pero sobre todo refleja una sabiduría que la vida misma ofrece. Obviamente, desde un sentido de fe, descubrimos la sabiduría de Dios que se revela en esa sabiduría popular que nos permite conducirnos correctamente gracias a las advertencias de quienes tienen consigo la experiencia de la vida. Jesús Ben Sirá, esta vez nos brinda, a modo de sentencias proverbiales, unos consejos que daría un padre a su hijo acerca de la humildad. Esta gran virtud encauza una vida en paz y sosiego, alejándose de las banalidades y grandezas, descubriendo el misterioso designio de Dios apelando a la prudencia y a la escucha atenta de los acontecimientos que se van presentando en la vida.

En la segunda lectura el autor de la carta a los hebreos hace un paralelo teológico entre la revelación de Dios en el Sinaí y la revelación para el día final en Jerusalén. Lo que en un momento fue una manifestación de poder y grandeza que generaba temor y alejamiento hacia Dios, ha pasado a ser un momento de confraternidad y fiesta entre los elegidos de Dios y Jesucristo, el gran mediador, inaugurándose así el tiempo escatológico, que está aguardando la manifestación del día final con todos los justos que habrán de resucitar. Tenemos, pues, una purificación en estas concepciones de Dios, que es necesaria hacer, poniendo como punto referencial el sacrificio redentor de Cristo, con el cual hemos podido tener el acceso a Dios.

Nuevamente encontramos a Jesús sentado a la mesa. Esta vez, es invitado por un notable para comer bajo su techo, lo que le sirve de estímulo para ofrecer una instrucción práctica y que la comunidad vio necesario repetirla para un nuevo contexto social que necesitaba releer las cosas desde los ojos de la fe. Los nobles y la gente “importante” recibían un trato especial bajo los criterios sociales de aquel mundo antiguo (saludarlos, darles los primeros puestos, etc.), pero las cosas cambian en el contexto de las asambleas cristianas, pues todos pasan a ser iguales ante Dios y los hermanos. De esta forma, se produce una inversión de criterios, primando el sentido de fraternidad al de clases sociales. Incluso, los marcos de compromisos que se tejían a partir de las invitaciones a banquetes quedan relativizados pues los intereses particulares deben pasar a ceder el espacio a los comunes y a los que hagan posible la comunión entre los miembros de la iglesia. Sin duda, una virtud predominante en la predicación de los cristianos es la humildad, que lleva a cambiar las relaciones afectivas y sociales, rompiendo los estándares normales y abriéndonos a una horizontalidad fraterna. Obviamente, la soberbia y el orgullo conducen a la desigualdad y a la opresión, y es por ello, que Dios debe salir al auxilio del pobre y desvalido, como lo refiere el salmo responsorial, puesto que el corazón del hombre, al encumbrarse de sobremanera, se olvida de Dios y de su prójimo generando divisiones y separaciones; mientras que el corazón del humilde, nunca buscará el daño de su hermano y orientará su vida a cumplir siempre la voluntad de Dios.

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