UNA PIEDRA FUNDAMENTAL PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA

En un tiempo como el nuestro en donde parece que asumir cargos significa aprovechar la autoridad delegada para pisotear la dignidad de los demás y obtener “dividendos” en provecho propio, la Palabra de Dios en este domingo nos ofrece serias advertencias al respecto a tener en cuenta.

En tiempos de la monarquía como nos cuenta la profecía de Isaías, el mayordomo del palacio real era el administrador de los bienes del reino, ejerciendo así, el poder directamente del rey sobre el pueblo. No es muy clara la denuncia contra Sebná, pero lo dicho en este fragmento habla de una actitud deplorable que le llevó a ser removido de su puesto (Is 22,19). Quizá decidió mandarse construir un mausoleo para su tumba mientras el pueblo sufría el asedio de los asirios, por lo cual se le criticó duramente tal decisión incoherente (Is 22,16). Se le anuncia que, por tal hecho, terminará sus días en el exilio. La profecía, a continuación, describe el ascenso de Eliaquim (Is 22,20), elegido por Dios para esta responsabilidad, detallando el rito de investidura: vestidos y banda que simbolizan la delegación del poder real; llamado “padre” porque deberá cuidar a los habitantes de Judá; la entrega de “llaves del palacio de David” como signo del poder manifestado en el “abrir y cerrar”; y la metáfora del “clavo” como signo del sostén de la familia real y de todos cuanto están bajo su protección. Parece que este mayordomo tampoco cumplió su responsabilidad como lo esperaba el Señor y aquel “clavo” terminó por ceder tirando abajo a todos los que sostenía, corriendo peor suerte que su antecesor (Is 22,25). Nos quedaremos con la imagen del “clavo”, que nos acerca a la idea de la gran responsabilidad que uno debe ser muy consciente cuando asume un cargo de confianza.

En la segunda lectura, Pablo concluye su disertación acerca de la salvación por la misericordia de Dios para judíos y gentiles con una especie de doxología (alabanza) donde canta la sabiduría divina que lleva adelante su proyecto ante el asombro y la confusión de quienes no pueden comprender plenamente tal designio de amor (eco del Sal 139,6; Is 40,13).

El evangelio de Mateo ha recogido la narración de Marcos acerca de la pregunta por la identidad de Jesús, pero ha decidido añadir una intervención de Jesús acerca de la misión de Pedro entre sus discípulos. Sabemos que Mateo escribe en clave eclesiológica, puesto que los judíos ya habían marcado distancia (década del 80 d.C.) frente al naciente movimiento cristiano aferrándose a las sinagogas ya que el Templo había sido destruido por los romanos (año 70 d.C.). Por tal motivo, es preciso dar fundamento a esta elección de la “iglesia” en la confesión de fe de Pedro, quien asumiría el liderazgo de la comunidad cristiana, y en cuya tradición las demás comunidades convergerían con el tiempo. Invocar que Cristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, no depende de la voluntad humana de Pedro, sino de una revelación del mismo Dios, por lo tanto, en Pedro está todo aquel que dejándose invadir por el amor de Dios cree firmemente en su plan de salvación en Cristo Jesús. La metáfora de la construcción muy usada en el mundo antiguo pasa a ser el ejemplo de la constitución de la Iglesia en la “piedra” que es “Pedro” (un juego de palabras, que habla de su confesión de fe) y cuya misión trascenderá esta realidad terrenal. Se le concede autoridad en la metáfora de la dación de las “llaves”, al estilo de los administradores de los reyes, revelando así su gran responsabilidad de “abrir y cerrar”, esta vez expresado en el “atar y desatar”, con lo cual queda asegurada la continuidad de la acción salvífica de Jesús en la comunidad.

La reflexión acerca de la autoridad en la Iglesia no debe perder de vista esta mirada originaria en su sentido más pleno: consolidar la fe de los hermanos en Cristo Jesús. Por eso, la figura del Papa como sucesor de Pedro, no tiene nada que ver con algún tipo de delegación real, o poder terrenal, o administración de bienes; es el principio de unidad de las comunidades que confiesan que Cristo es el enviado del Padre. Más que cuidar que tenga que cumplirse normas y leyes y castigar a los que las incumplan, el sentido de autoridad aquí está orientado a ayudar a que los hermanos se mantengan en la unión de una única confesión de fe, y aquel responsable como Pedro, debe ser la “piedra” firme en la que se sostenga toda acción eclesial en este tiempo de ausencia física de Jesús hasta el final de los tiempos. Así que, no está nada mal que tengamos presente la advertencia del salmista para cuantos podamos ejercer algún ministerio en la comunidad: “El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

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