El evangelio de este domingo nos sorprende con la recomendación que el Señor hace a sus discípulos: “He venido a prender fuego a la tierra y cuánto deseo que ya esté ardiendo” (Lc 12, 49). Habla también de división entre familias y hasta de muerte. Acostumbrados a una imagen del Señor marcado por la ternura y la bondad, os cuesta asimilar un estilo duro, “apasionado”, radical… Deberemos hacer, entonces, un esfuerzo por captar y comprender las palabras del Señor y cuáles son sus exigencias e intenciones para aceptar lo que nos quiere manifestar. En primer lugar hay que reconocer que el fuego ha sido utilizado en la Biblia con variedad de significados: fuego destructor como signo del castigo del juicio divino, fuego purificador que limpia y sana…

El sentido de fuego en el evangelio de hoy implica sobre todo “agitación”. El Señor se da cuenta que vivir de la rutina, de las tradiciones fáciles y desencarnadas podía hacer de sus discípulos unos seguidores cómodos y resignados. Necesitaban ser provocados, sentirse inconformistas, ilusionados y apasionados por transformar el mundo en que vivían. El fuego que proclama Jesús el que surge a partir de la experiencia del Espíritu Santo, purificador, ardiente, vivo e imaginativo.

En una espiritualidad, en un seguimiento de Jesucristo pusilánime, tímida, insegura, moralista de mínimos, influenciada por un secularismo de indiferencia, incomprensión y hasta rechazo de los valores religiosos, el “fuego” de Jesús nos atiza para convertirnos de una vez en una parroquia, en una comunidad, en una persona viva, apasionada, capaz de contagiar la pasión de Jesús, del Evangelio, de presentar la dinámica de la caridad, de la solidaridad… de todos los valores del Reino especialmente a los más pobres.

Para ello necesitaremos pasar del “hombre viejo” marcado por actos de mero cumplimiento al “hombre nuevo” de actitudes permanentes en fidelidad comprometida.

Un proceso de conversión y renovación continua, una desinstalación de nuestras comodidades, una vida de servicio y colaboración, serán imprescindibles para mantener e impulsar “ el fuego de amor” que nos exhorta el evangelio de hoy.

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